Hoy puedo decidir

El ambiente era tenso. Los presentes en aquella diminuta Sala notaban el oxígeno acabarse poco a poco. Las gotas de sudor frío se deslizaban por las frentes de los testigos. Se podría oír el agitar de las alas de una mosca, y el peso del silencio caía sobre las personas que esperaban expectantes la decisión tomada por los candidatos cuando hombre alto, de pelo castaño, apuesto incluso salió de la sala contigua, todos contuvieron la respiración. El hombre se subió al atril, y se colocó la corbata con dedos temblorosos. Miró o al suelo, a sus pies. Notaba cada centímetro de su piel sudar, cada célula gritar que se fuera corriendo de allí, que olvidase todo. La sociedad, la fama. España. Que huyese con su amor lejos de aquel lugar que estremecía su corazón y menguaba sus pulmones. Pero sabía que ese tipo de cosas tan sólo aparecía los cuentos para chiquillos. “El ahora o nunca” pensó y tenía razón. No hay vuelta atrás. Cogió aire y alzó la cabeza con seguridad, en el ojos castaños miraban firmemente a la sala, sus largas gruesas y rizadas pestañas chocaban contra sus pómulos. Lo que dijo continuación podría condenar de para siempre o liberarle, todo depende de la reacción de la sociedad. Abrió la boca y dejó caer la bomba.

-hoy, hemos decidido. –Agarró el micrófono acercando los labios.-Hay acuerdo.

Años antes.

Pedro siempre había sido guapo del típico chaval de instituto que triunfa entre los adolescentes y roba suspiros y corazones por igual el popular, el Capitán de fútbol aquel que todos aspiraban a ser. Pablo era el rebelde. El chico de los piercings y vaqueros rotos, el de los cigarrillos y tatuajes. Parecía que el olor a ceniza y pólvora le seguía allá donde iba. Y a pesar de su baja estatura todos los respetaba o mejor dicho, le temían. Pablo y Pedro eran como la luna y el sol, el ying y el yang, el día y la noche. Uno acudía al instituto religiosamente, otro llevaba expulsados seis meses. Uno se pasaba la noche estudiando, otro en peleas de bandas. Uno disparaba un balón, el otro, bolos. Pero, en el fondo no era más que dos caras de la misma moneda. Ambos eran de una manera u otra, esclavos de la vida que llevaban y de las decisiones que habían tomado.

Pedro siempre salía del colegio un poco más tarde después del entrenamiento, normalmente, algunas chicas esperaban a que saliera de su vestuario, tan sólo para deleitarse con la deliciosa vista de su sudor deslizándose por su musculado cuello, o de su hermoso y mojado pelo. Pero hoy no había nadie. Pedro no le dio importancia y se encaminó hacia su casa. Sacó su móvil del bolsillo, y mientras leía su feed en Twiter y sus sexis pulgares se deslizaban por la pantalla, no se dio cuenta de que unas figuras encapuchadas le seguían. Pedro estaba tan absorto en la historia que estaba leyendo que se  perdió y acabó en un callejón sin salida. El adolescente dio media vuelta al darse cuenta de su error y se topó con los individuos que habían estado siguiéndolo. Pedro se preparó para luchar, tenso, intentaba ocultar su miedo, pero le fue imposible hacer que su voz no temblase. ¡os vais a arrepentir de esto!, dijo el chico aparentando falsa confianza.

Tienes mucho dinero dijo uno de los encapuchados. Siseaba como una serpiente.-No serás muy útil, chico de oro tu papá pagara mucho para volver a ver tu cabeza viva. Pedro sintió que le daba un vuelco corazón al ver la navaja que empuñaba un encapuchado pero eso no fue nada comparado con el escalofrío que le recorrió la médula al ver el destello metálico de la pistola que sostenía la chica con voz de serpiente.

-ven con nosotros o la próxima cama en la que dormirás será un ataúd.

Pedro estaba paralizado del miedo, blanco como el papel.

-tú lo has querido Pepe Jeans, dijo en tono de burla la mujer, mientras su dedo se cerraba alrededor del gatillo. Pedro apretó los párpados esperando su final. Se oyó un disparo. Pedro abrió un ojo, no había notado nada. ¿estaba muerto?

Esperaban o estar en el cielo porque sabía que los ángeles le rematarían ya que su belleza no se podía comparar a la de ningún ser divino. La envidia lo puede todo. Pedro pero eso con miedo ¿Dios, porque soy tan guapo? ¿cuál fue mi pecado para nacer tan perfecto? ¡maldigo mi hermosa nariz, mis marcados pómulos, mi mandíbula afilada, mis sexys brazos, ay, ojalá haber nacido feo, porque voy a ser expulsado del cielo para evitar hacer competencia los ángeles !

De pronto notó si alguien le tocaba la cara, y le sacaba de su dinámico monólogo interior. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que no le habían tocado con suavidad la cara, sino que se la habían literalmente cruzado. Pedro se llevó la mano a la mejilla y la notó caliente. Frente a él estaba un chico que podía ser de su edad, su pelo del color del chocolate estaba atado una coleta despeinada, lucía una camiseta negra de tirantes, propaganda de una compañía móvil, y unos pantalones largos militares. Llevaba a su cintura una sudadera que aún traía la etiqueta colgando. Sus zapatos eran de color azul brillante con el logotipo de Nike al revés. Estaba cubierto de sangre y sudor y sujetaba una pistola.

-¡eh, tú! Dijo con una voz profunda y seria. Pedro estaba absorto.-¿eres un ángel dijo. El chaval de camiseta negra se soltó el pelo en un gesto cansado, casi aburrido, entonces su labio se curvó en una sonrisa torcida.

-no, pero puede ser un demonio. Dijo con voz grave. Pedro que tenía la inocencia de un niño de cinco años, no entendió la frase y se quedó mirándole con la boca abierta. Fuera quien fuera, le había salvado la vida. El chaval de pelo largo se dio la vuelta y comenzó a caminar en sentido contrario, alejándose del incrédulo Pedro, que aún no había dicho palabra. Pedro despertó de repente de sus pensamientos:-espera, dijo. El chico de la pistola dejó de caminar pero no se dio la vuelta. El silencio cayó sobre ellos. Tras 20 segundos en los que sólo se oía el viento y gritos lejanos de vecinos discutiendo, el hombre de la camiseta de tirantes rompió el silencio:-¿cuál es tu nombre? Dime eso al menos. El chaval de la pistola se giró con una sonrisa peligrosa asomando en sus labios.

-iglesias, Pablo iglesias.

Pedro notó que el aire salía en sus pulmones como si le hubieran dado un golpe. Él era Pablo, el expulsado del instituto por haber hecho una manifestación. Pablo el terrible de sangre fría. Diablo, el criminal, el bad boy.-Adiós dijo Pablo sacando a Pedro de su monólogo mental una vez más. Pedro abrió la boca.

– ¿Nos volveremos a ver?

-quién sabe, quizás nuestros camino se vuelvan a cruzar.

-Sr. Iglesias. No me puedo creer que su hipocresía haya llegado a estos extremos. Dijo Pedro Sánchez, candidato a la presidencia, mirando a su compañero desde el atril. Pablo había cambiado su ropa de c.boy por camisas, y las pistolas por bolígrafos, aunque lo que no había cambiado eran sus ojos esos que parecían arder, y su boca que mostraba una sonrisa traviesa.

Pedro y Pablo no se habían vuelto a ver desde el incidente de las pistolas hasta que se encontraron en el Congreso. Ambos se habían convertido en políticos. Ambos eran enemigos ahora. Pablo pasaba el tiempo con su pareja, Monedero. Pedro salía los sábados con Alberto que era el típico amigo al que no dejan apenas salir de casa y no se separaba de su caniche Lucas. Durante las sesiones en el Congreso, Pablo y Pedro se atacaba, se lanzaban pullas, se insultaban pero en sus palabras se escondía un juego, un código secreto. Cuando Pedro recibió la noticia de que Pablo y Monedero habían puesto fin a su relación, sintió más felicidad de la normal.

¿se estaba enamorando de su enemigo?

Acaso… ¿acaso no había Pablo robado el corazón y la cartera en un descuido?

Meses más tarde era hora de pactar. Pedro había intentado enterrar y olvidar sus sentimientos por Pablo, pero por cada indirecta que él le mandaba por Instagram, su estado de whatsapp decía “ no jueces con fuego, que te quemas” y sus tuits y filtreos hacían que Pedro ardía sector de, y eso nos ayudaba en su situación. Tenían que pactar. Afuera diputados y medios aguardaban en silencio su veredicto. Pedro siguió su corazón quería pactar con el, con Pablo. A pesar de ser enemigos. A pesar de que él no sabía su opinión pública, estaría de acuerdo.

-hoy lo dijo, alto y claro, hay acuerdo.

Claudia Roces Rocandio, 15 años