Autora: Carmina Díaz
Porfolio fiestas de El Carmen de Somió 2008
Recordando a Benita Morís.
Al regreso de la visita hecha al casco viejo de Avilés, a la que nuestra Asociación de Vecinos de Somió y la Vocalía de la Mujer tuvieron la amabilidad de invitarnos, Solita, nuestra presidenta, dijo: “¡ a ver si cooperáis todas! Tenemos mucho trabajo.
Ayudadnos a recordar y escribir sobre una persona con carisma. Instintivamente, allí mismo pronuncié un nombre, el de Benita Morís. No podía ser otra. A mi modo de ver reunía las cualidades y requisitos necesarios para serlo. Era muy simpática, jaranera, no le preocupaba el qué dirán ni conoció el sentido del ridículo; en resumen, tenía personalidad.
Pertenecía a la casa de Pachu Morís (Hoy ya no existe), situada en la carretera del Piles al Infanzón a pocos metros de la desviación que no lleva a la fuente de nuestro popular y olvidado barrio de “La Pipa”. La casa, típica mariñana; en el medio un portalón daba acceso directo a la cuadra; a los lados, las habitaciones y la cocina. Allí vivía con dos hermanas, Engracia y Sofía, las tres solteras. Benita mostraba con orgullo la habitación que compartía con una de ellas diciendo: “mi padre mandó cortar una cerezal (cerezo) muy grande que teníamos al lado del hórreo para hacerla”. Si bien esta habitación carecía de tallas u otra decoración, verdad es que le bastaba ese color rojizo característico del cerezo (me pregunto el precio que hoy alcanzaría en el mercado). Delante de la casa, una pequeña corrada unida a la pomarada que conducía directamente a la carretera. En medio, había una gran figar que daba más personalidad a la casa. De una rama de dicha figar pendía una amplia hamaca atada a un tronco de una pumar donde todos los críos de “La Pipa” y de fincas cercanas, además de veraneantes, se peleaban por subirse a ella para balancearse. Esta casa se asemejaba a una institución en Somió. Se caracterizaba porque siempre había gente en ella, y de todas las clases sociales, desde los más pobres, labradores…. hasta gente del señorío (lo cual no dejaba de tener su mérito en aquella época).
A Benita se la veía siempre rodeada de niños. Le gustaban mucho, y ellos la adoraban. Yo la conocí muy bien. Su hermana Sofía fue mi madrina (y mencionaré como hecho curioso que fue madrina de boda de mi madre, mía al bautizarme, volvió a serlo de mi boda y madrina de bautizo de mi hija mayor). Como vivíamos a corta distancia yo me pasé parte de mi niñez yendo y viniendo a casa de Pachu Morís. Recuerdo ir a las esfoyazas en las que tanto nos divertíamos. Benita miraba a su alrededor, y al observar que los hombres no la veían, daba una vuelta al gato provocando las risas entre la chiquillería. Ella, muy parlanchina, gustaba recordar las veces que había ido a Covadonga andando, lo bien que lo pasaba…. iban en grupo y, a veces, tenían que quedarse a dormir en las tenadas. Su pasión era el baile asturiano de tambor y gaita. Bailaba muy bien. Decía que no se perdía romería de los pueblos cercanos como Deva, Cabueñes… y después de las procesiones de las fiestas de Somió, en el campo de la iglesia, le gustaba tener como pareja de baile a Jamino Cifuentes porque se compenetraba muy bien para bailar.
Como se haría interminable y largo recordar las innumerables anécdotas de Benita –a cual más divertida-, me centraré en relatar una que, aún si cabe, nos ayuda a conocer mejor su persona. Sucedió el primer domingo de Abril del año 1927, estando Benita sentada por la tarde en el portalón de su casa como tenía por costumbre, se acercó una pobre a pedir limosna. Al instante se dio cuenta de que algo grave ocurría. Benita no tenía la alegría de otras veces, estaba triste. Al preguntarle la causa, esta le dijo: “-se está muriendo nuestra querida amiga, Luisina la Roxia. Tuvo una rapazuca hace dos o tres días, se le complicó el parto y el Doctor Don Pedro Calvo (prestigioso ginecólogo Gijonés), al ver que la enferma tuvo un pequeño colapso y se agravó, comunicó a la familia que se pusiera en lo peor”: la enferma se moría. La pobre, al escuchar la noticia, respondió: “- Benita, ofrezla a la virgen de Lourdes; dicen que ye tan milagrosa….” Sin pensárselo dos veces, Benita aceptó. Como habría de decir ella más adelante con esa gracia tan suya: “-yo, que el sitiu más lejos en que había estao era Oviedo, nuestra capital, o Avilés, en menos que canta un gallu, comprometíme a ir nada menos que a Francia”.
Dado que la virgen escuchó sus ruegos y la enferma se restableció, Benita no tuvo más remedio que cumplir la promesa. Habrían de pasar muchos meses e incluso años viviendo acongojada: no encontraba el momento oportuno para ello. Fue en el verano de 1933 cuando llega a sus oídos que la parroquia de San Lorenzo de Gijón organiza una peregrinación a Lourdes, y Benita ve llegada la esperada oportunidad de cumplir su promesa. La acompaña su amiga Pepa la de Bruno, o del Pisón, persona no menos conocida y popular que Benita. Las dos van ilusionadas a apuntarse. Pero a Benita no le satisfacía la idea, decía ella, de ir a Francia con traje de los domingos, le gustaría ir vestida como una Señora. Con sombreru y todo.
Para que esto sucediera, doña Celsa Felgueroso, viuda de Hartasanchez, le prestaría sus vestidos; su prima doña Rosario, los sombreros; y doña Socorro de Carvajal, una pequeña estola de piel y un maletín de tal lujo que casi trastornan a nuestra Benita.
Al atardecer después de ordeñar las vacas y realizar otros quehaceres domésticos cruzaba el estrecho camino que tras su casa le separaba de las viviendas de dichas señoras y corría ilusionada a probarse dichos ajuares. Es fácil imaginarse la algarabía y risas que en aquellas casas provocaban los pavoneos de tales pruebas. Ella no cabía en sí de gozo.
Sin embargo…. Pobre Benita, nunca pudo ver realizado el sueño de verse vestida como una señorona de postín, como ella decía. Un grupo de amigos organizaron un viaje a León en autocar, y en un paso a nivel en Pola de Gordón los arrolló un tren, falleciendo todos, entre ellos tres vecinos de Somió. Uno de los cuales era su cuñado, casado con su hermana María, que vivía en el alto de la Peñuca. Fue tal el pesar y el disgusto que la embargó que no quiso saber ni acordarse de tales vestimentas. Iría con el traje de los domingos.
Las dos amigas volvieron emocionadas de visitar a la virgen contando las peripecias que les ocurrieron: diciendo por ejemplo la cantidad de monjas que habían visto juntas o otras cosas por el estilo, todas a cual más graciosa. Ni se cansaba Benita de relatar dicho viaje ni yo de escucharla: por algo era aquella rapazuca que con su llegada a este mundo originó tantos disgustos a su familia y problemas a la pobre Benita Morís.
Su amiga Pepa regresó ilusionada con una imagen de la virgen de Lourdes, colocada en un pequeño pedestal que contenía una pequeña caja de música, y al darle cuerda se escuchaba el himno de la virgen. Aún recuerdo la emoción que experimenté al verla y al oír el himno por primera vez. Confieso que lo único que conocía era un gramófono que mis abuelos de la Pipa poseían, donde escuchábamos a Carlos Gardel cantar “mi buenos aires querido” y a Celia Gámez cantar “El pichi”. Por eso al ver aquella caja de música y escucharla me quedé maravillada.
Pasarían muchos años y en ellos, hechos relevantes. Benita permaneció siendo fiel a sí misma, es decir, tan jovial y alegre como siempre había sido. Tuvo la feliz ocurrencia de invitar los domingos por la tarde a su casa a todos los niños y niñas que lo deseasen y ella les enseñaría a bailar. Allí también fueron mis hijas, quienes me decían que al iniciar el baile decía “TIN-TAN-TIQUI-TIQUI-TAN” al son de su pandereta.
Al faltar sus hermanas, su sobrina, Cuca Morís. La llevó a su casa donde ella y os suyos le proporcionaron una placentera y tranquila vejez como plácida habría de ser su muerte. Hoy no me cabe la menor duda de que está allí arriba, junto a sus hermanas, en el cielo, y desde hace cinco años, está también con ella su entrañable amiga Luisina la Roxia. Pero no puedo dejar de imaginarme a Benita si no es vestida con traje de asturiana, la pandereta en la mano y a su lado aquellas dos niñas (ya fallecidas) que tan queridas y amadas fueron, y lo siguen siendo, en este mundo….. María Dolores Zapico Díaz y Luisina Díaz Suárez…. esperando oírla decir: TAN-TIN-TAN-TIQUI-TIQUI-TAN.
Nunca os olvidaré.