Autora: Laura Viñuela Suárez

Porfolio de fiestas El Carmen de Somió 2004.

En algunas casas de la zona rural de Asturias aún puede leerse, en ocasiones, “Casa del Camineru” escrito en sus fachadas. Para descubrir el significado de estas palabras hablamos con Marisol Riera Vallina, hija del “camineru” de Somió, que accedió amablemente a contarnos la historia de su padre, permitiéndonos así recuperar, no solo un trozo de la cultura rural asturiana, sino también la historia de un personaje histórico de nuestra parroquia.

José Luis Riera Piñera, más conocido como “Pepe el camineru”, nació el 24 de marzo de 1921. Cuando se casó vino a vivir a Somió, como casero de las monjas Agustinas, donde permaneció cinco años. Después comenzó a trabajar como celador rural o “camineru”, como se decía popularmente, para el Ayuntamiento de Gijón, labor que desempeñó durante dieciocho años.

Los “camineros” se dedicaban a mantener los caminos y las cunetas en buen estado, para permitir la buena circulación de agua, a vigilar las fincas de la zona rural, asegurándose de que se cumplían las ordenanzas municipales en cuanto a la edificación de casas y cierres, y cuidando también de que sus propietarios mantuviesen los “matos” a raya, para que no dificultasen el tránsito por los caminos. Era también menester del “camineru” el llevar a las casas las notificaciones oficiales del Ayuntamiento. Esta parte del trabajo no era la más agradable, porque, además, en Somió, por aquella época, todo el mundo se conocía pero, como nos cuenta Marisol, “a mi padre, denunciar, denunciar debía costa-y mucho trabajo y avisaba… yo creo que taba bien mirau”.

El territorio de Pepe “el camineru” era muy amplio y abarcaba desde El Piles hasta casi La Ñora. Él lo recorría a pie o en bicicleta, que eran los medios de transporte más adecuados, a pesar de las distancias y las cuestas, porque el coche, incluso uno pequeño como el que tenía Marisol, no pasaba por algunos sitios. “Cuando saqué el carné ya me tocó alguna vez llevalu y ¡no pasaba el coche! Había sitios que no pasaba. ¡y era un 600! Mira que decíen que los 600 pasaben por donde te daba la gana. Pues por ahí por donde La Providencia es que era unes cuestes que ¡no había quien subiese!” había un “camineru” por cada parroquia de la zona rural, y Pepe, el de Somió, mantenía buenas relaciones con Dimas, el de Cabueñes, Tano, el de Lavandera y también con el “camineru” de Santurio. De cuando en cuando se juntaban para charlar y tomar una botellina de sidra.

Porque había tiempo para todo, claro, y Pepe siempre estaba dispuesto a echar una mano para trabajar, pero también estaba a punto para tomar unos culinos. Era parroquiano asiduo de Casa Jorge, Las Delicias, Casa Suncia, Casa Jamino, lugares en los que solía hacer una paradina antes de llegar a casa. De hecho, recuerda Marisol, “él tenía una burra que ya sabía les parades, paraba la burra sola. ¡Hasta la burra sabia el trayecto!” Y a pesar de recorrer caminos una y otra vez, cuando había una fiesta, Pepe iba con su mujer y su hija, y también con otros vecinos, caminando hasta donde hiciera falta. Las fiestas de El Carmen de Somió, las de Peón o Quintueles e incluso Villaviciosa, o también hasta la Ñora o Estaño, un domingo cualquiera, a comer una tortilla y una empanada que preparaba su mujer. Y, como dice Marisol “era todo andando y debía ser bueno, porque mira lo que está durando la gente”. A veces se organizaban encuentros sin necesidad de una fecha señalada. “Mi padre era muy amigu de fiestes, y yo me acuerdo que bajaben a por oricios, que se podía entonces sin problema, no como ahora, que hay que contalos, y después invitaba a un montón de amigos ahí en el garaje. Juntábense ahí con les muyeres y a comer oricios o un pulpu, y cantaben y divertíense”.

Además de cuidar los caminos, Pepe el “camineru” cuidaba también sus praos, su huertu y sus vaques. A las seis de la mañana marchaba ya con la burra y el carro a trabajar en el prau, y a las ocho y media o nueve venían ya de vuelta con un carru de pación para dejar en casa. Luego al Ayuntamiento y, a la vuelta, otra vez a trabajar, en casa o donde hiciera falta, porque también ayudaba a pañar manzana y a mayar, o iba con su hermano a hacer pozos negros.

Cuando Pepe “el camineru” se jubiló, a los cincuenta y cuatro años, tras una mala caída de la bicicleta que le dejó un brazo resentido, ya no hubo más camineros. Duraron otros cinco o seis años más, lo que tardaron en ir jubilándose todo los que había. Pero él siguió, en lo que pudo, cuidando sus caminos. De vez en cuando llamaba al Ayuntamiento para que le mandaran unos camiones de grijo, y lo esparcía y aplastaba hasta que el camino volvía a quedar en buen estado.

El 6 de agosto de 1996 Pepe “el camineru” falleció pero, como recuerda su hija “tuvo una buena vida, vivió siempre como quiso”, algo que, sin dudad, muchos querríamos que dijeran de nosotros.

Marisol lo recuerda cada vez que pasa por Deva, donde tienen un monte que Pepe cuidaba y apreciaba como oro en paño: “cuando paso ahora por donde el monte que tenemos en Deva acuérdome de él, porque ya cuando vivía decía siempre, ¡madre, esto está ya lleno de cases y de caminos!, y pienso yo “si lo viese ahora alucinaba”. ¡Porque a él ya y-parecía mucho!”. Pues sí, pienso yo también, alucinaba. ¡y lo que nos queda aún por alucinar!