Autora: María Isabel Rodríguez Menéndez
Porfolio fiestas de El Carmen de Somió 2003
Ramiro Rodríguez Cobián.- Según los últimos estudios científicos, el azabache procede de una familia de árboles jurásicos que se extinguieron hace unos 65 millones de años, al mismo tiempo que los dinosaurios, desvelando así el origen de este mineral de alto valor económico y artesanal. Es un carbón petrificado, transformado en una variedad de lignito de color negro intenso, brillante, frágil y susceptible de ser pulido, precisándose mucha paciencia y habilidad para trabajarlo. El azabache forma parte del grupo de las gemas orgánicas, como el ámbar, el coral, las perlas, atribuyéndosele cualidades mágicas, protectoras y sanadoras.
En Asturias se usa el azabache para fabricar el amuleto más popular, la cigua, “mano” o “manina”. Antigua es la tradición gijonesa en la manufactura del azabache. Documentos escritos del siglo XVIII recogen pormenores sobre el gremio de los azabacheros gijoneses, que vivió con gran esplendor en esa época, para ir decayendo poco a poco con el paso del tiempo, pero sin llegar a desaparecer, pues siempre se mantuvo activo algún maestro azabachero. Dado que, de todas las minas existentes en el mundo, las que se encuentran en Asturias, en la zona de “Les Mariñes” (desde el alto de El Infanzón a Tazones) son consideradas las de mejor azabache por su excelente calidad y brillo especial, circunstancias éstas que hicieron que desde hace siglos se exporte nuestro mineral a diferentes países, principalmente Inglaterra o a otras regiones, destacando Galicia y en ella Santiago de Compostela. En la parroquia de Somió, en la zona de Les Castañaliques, también había vetas de azabache, siendo en la actualidad la parroquia de Oles, en el concejo de Villaviciosa, la que acoge la única mina de azabache en explotación que existe en España.
En el siglo pasado, Somió también tuvo su artífice artesano en la talla del azabache, Ramiro Rodríguez Cobián, a quien voy a dedicarle estas letras relatando muy brevemente sus comienzos, anécdotas y trabajos realizados en azabache. En el año 1951 razones de salud le impiden desarrollar ciertos trabajos físicos, propiciando esta circunstancia que el marido de su tía María Cobián, Alberto (Argüeru), le facilitase el contacto con su hermano Pepe, que vivía en Careñes, siendo este último el maestro que lo iniciara en las técnicas de la tradicional artesanía del azabache. Su gran habilidad y tenacidad hacen que en poco tiempo aprenda el oficio y comience su andadura como artesano independiente, pero para desarrollar esta actividad se precisaba de la materia prima, encontrando en Argüeru a Tomás, que sería su proveedor de azabache.
Tomás obtenía el mineral de las escombreras de una mina que años atrás había sido explotada por unos ingleses, pues la calidad de aquel azabache era superior a todos los conocidos. La humedad permanente y las angostas galerías de estas minas hacen muy dificultosa la explotación de las mismas. Para introducirse en ellas es necesario hacerlo a ras de suelo “a gatas” y ayudándose de un candil para posibilitar la visión. El proceso de elaboración que convierte el mineral en bruto hasta la pieza acabada lo comenzaba con el desbastado de la piedra de azabache, hasta conseguir la forma aproximada. Perfilaba la figura a trabajar con una navaja. Para perforar utilizaba la barrena y un torno movido a cordel. Luego tallaba la pieza y después la pulía para suavizar las imperfecciones de sus caras, primero con piedra de grano fino, después frotaba con una piel untada con una pasta hecha en casa a base de carbón vegetal. Finalmente, la pulía por medio de hilos.
Todos los trabajos realizados por Ramiro fueron ejecutados de modo manual, sin mecanización alguna. Entre ellos se encontraban “manos”, rosarios, pulseras, collares, pendientes, anillos, tanto de formas redondas como planas, bien lisas, facetadas o gallonadas. También realizó importantes piezas para coleccionistas, así como marquetería, utilizando para estos trabajos el azabache y el marfil, que trabajaba con envidiable maestría. Una vez terminadas las piezas las montaba él mismo con originales engarces y filigranas en oro y plata.
Para trabajar el marfil se necesitaba un gran dominio de las técnicas de la talla, ya que al ser un material procedente de otros países su coste era elevado y no podía estropear un una sola cuenta. Como muestra de su gran valor relataré una breve anécdota que le ocurrió. Ramiro estaba en el balcón de su casa tallando unas cuentas de marfil para un rosario. El número de piezas era el exacto que necesitaba. Al terminar la talla de facetado en una cuenta, ésta se le resbaló y se le cayó a la corrada, pero el destino quiso que una de las gallinas de su abuela Teresa, que por allí andaban sueltas, la confundiera con comida y de ese modo se tragó la cuenta de marfil. La cuenta ya estaba tallada, así que era seguro que una vez en el interior de la molleja de la gallina las facetas se desgastaran, con lo que le faltaría una pieza para el rosario. El tiempo apremiaba por tanto, y no era aconsejable esperar a que de forma natural saliera al exterior la cuenta de marfil, así que optó por la única solución: “matar a la pita” de este modo se recuperó la cuenta y… comió gallina. La abuela Teresa, cuando lo veía tallar, le decía que se separara del balcón, que no se podía tomar todos los días caldo de gallina, dejando bien patente que en tiempos de no gran abundancia el valor de la gallina era inferior al trastorno que podía ocasionar el deterioro de una bola de marfil. La elevada calidad de los trabajos que realizaba hizo que los pedidos no solo traspasasen los límites de la provincia, sino que llegaban desde el otro lado del Atlántico, pues desde Tampa (Florida) en América, le realizaban encargos que luego distribuían por el resto de países sudamericanos, principalmente a México y Brasil.
Sin lugar a ninguna duda, Ramiro fue uno de los buenos artesanos que conoció esta región y afortunadamente algunos de sus hijos han heredado la prodigiosa habilidad y el buen gusto necesarios para la talla manual de esta gema de color negro intenso y un brillo especial.