Autor: Pablo Álvarez Blanco.
Con sumo gusto y profundo agradecimiento, doy respuesta a la petición formulada por la A. V. San Julián de Somió, plasmando en unas pocas líneas algún recuerdo personal ligado a los barrios de la Parroquia de Somió. En calidad de antiguo alumno del Colegio La Corolla, el barrio que proporciona su nombre al conocido centro de enseñanza es al que más vínculos afectivos me unen y del cual procedo ahora a compartir algunas vivencias asociadas a mi etapa estudiantil:
Los autocares que nos trasladaban a La Corolla enfilaban el Camino de Monteviento y se detenían para que nos apeáramos justo delante del vetusto roble que corona la entrada al recinto del centro y que es imagen del colegio. Como todos los vecinos de pro de Somió saben, el Camino de Monteviento debe su nomenclatura a una antigua finca que allí se apostaba, cuya singularidad respecto a otras viviendas la constituía un molino de viento, empleado para la molienda de los cereales que se cultivaban en la parroquia. Su característica más notable, por ser poco frecuente en Asturias, residía en que utilizaba el viento como fuerza motriz.
Uno de los factores más estimulantes de estudiar en La Corolla es, sin duda, haber disfrutado de un patio de recreo rodeado de naturaleza y cargado de aire puro, con el que te llenabas los pulmones respirando hondo. No en vano, este barrio es privilegiado en cuanto a vegetación se refiere y conserva, en perfecto estado, rincones y entornos boscosos donde se crían numerosas ardillas, las cuales forman parte del paisaje habitual de la zona y son tremendamente populares, no sólo entre los vecinos del barrio, dado que también atraen la atención de todos los residentes en la parroquia y de aquellos caminantes que se adentran por los caminos y caleyas que dibujan el mapa del término.
En las ocasiones que nos brindaban algunos ratos libres, bajábamos hasta El Peru para comprar chuches y montábamos pequeños corrillos mientras saboreábamos nuestras golosinas en animada tertulia. ¡Cuántos primerizos besos furtivos tuvieron lugar al abrigo de las paredes de piedra de ese kiosco!
Al no disponer el colegio de iglesia ni capilla propia, las celebraciones de marcado carácter religioso se oficiaban siempre en San Julián. El simple hecho de salir todos los compañeros de clase en ordenada caminata desde el colegio hasta la iglesia, para asistir a la misa, con el correspondiente regreso al punto de origen, suponía un motivo de júbilo y algarabía para nosotros. Aquéllo se convertía en un propósito de excursión, amén de un celebrado paréntesis entre clase y clase.
Remembranzas de una época que recuerdo esbozando una sonrisa y que me impulsan a visitar con frecuencia el barrio de La Corolla, paseando por sus caminos plagados de arboladas y olor a tierra húmeda.
Pablo Álvarez Blanco.