La iglesia de Somió

Autor: Luis G. Pérez del Río

Porfolio de las Fiestas de El Carmen de Somió 2011

Me entero por mi amiga Soledad, presidenta de la AVV San Julián, que este año se celebra nada menos que el 50 aniversario de la llegada de D. Pío Sánchez a la parroquia de Somió e inmediatamente se me ha ocurrido que podía escribir algo sobre su iglesia, su historia y algunas anécdotas.

La iglesia fue construida con la aportación económica de los vecinos.

Comenzó a construirse en 1931 bajo la dirección del arquitecto Manuel del Busto finalizándose en junio de 1932, a excepción de los outsides o zonas exteriores que se retrasaron mas.

La consagración se aplazó, por diversos motivos, hasta el 19 de marzo de 1933 y fue realizada por el obispo auxiliar Ángel Riesco.

El templo está bajo la advocación de San Julián de Antince, que fue perseguido y martirizado bajo el imperio de Maximiano Y Diocleciano en el año 304.

Su estilo es el prerrománico asturiano. El trazado de la planta corresponde a una ejecución basilical de tres naves, siendo mas ancha la central, cubiertas con bóvedas de cañón formadas por arcos de medio punto soportados por columnas salomónicas con fustes helicoidales.

La construcción fue realizada con bloques de sillería lo que le confiere un aspecto de gran solidez.

Su interior posee buenas condiciones acústicas. Los ruidos producen reverberación, pero sin persistencia, no creándose por tanto efectos de enmascaramiento de un sonido, por ejemplo, la voz, sobre el sonido precedente.

El portón del ábside está normalmente cerrado abriéndose solo en las bodas y acontecimientos especiales.

La parroquia de Somió era ya rica y envidiada antes de la llegada de D. Pío. Tenia un párroco, un capellán, sacristán, monaguillos, catequistas y un equipo de feligresas y feligreses voluntarios dispuestos a colaborar en lo que fuese.

Su estatus económico le ha permitido afrontar gastos extraordinarios como por ejemplo la ampliación del alumbrado interior con lámparas de hierro forjado, que son las actualmente existentes, realizada en una época muy dura de la posguerra o posteriormente las importantes reformas en el presbiterio para el cambio del altar según las directrices del Concilio Vaticano II.

La casa rectoral del párroco situada en El Crucero es grande y acogedora. El capellán vivía en Fojanes con una sobrina en una casa con un gran jardín.

A la vista de este balance no es de extrañar que la parroquia de Somió fuese considerada como la joya de la corona donde soñaban ser destinados algún dia la mayoría de los curas en cuanto salían del seminario.

El sacristán era un tipo muy singular y popular; bajito y con el pelo muy voluminoso y rizado, parecía que tenia una gran escarola en la cabeza. Le llamaban el chivo, tocaba las campanas y reclutaba a monaguillos sin pagarles ni una peseta para que le descargasen de trabajo. Era un filósofo, gran conversador y amigo de hacer tallas en madera con una navaja. incluso daba algunas clases particulares de primera enseñanza.

A propósito de sus clases un día una madre le dice a su hijo: – hoy va a venir un profesor a darte clase, quiero que le obedezcas y respetes –

En niño prometió que así lo haría, pero en cuanto le presentaron al sacristán exclamó de forma espontánea: – ¡¡Aah, pero si ye el Chivo! ¿esti ye el que me va a dar a mi clase? -.

Es evidente que la clase no había empezado con muy buen pié.

Cuando asistía a misa, obligación inexcusable en aquellos tiempos, me quedaba de pie atrás, junto a otros amiguetes, en la esquina izquierda, cerca de la pila del agua vendita. Desde allí no se veía el altar, pero teníamos una tertulia en voz baja hasta que alguien nos decía que la misa había terminado.

Me gustaba mas la misa del domingo de Ramos por su vistosidad. Allí la gente iba con ramo, con palma o sin nada. Yo era de estos últimos, luego explicaré por qué.

Pero un día alguien se presentó con una cuarta variante. Un grupo de mozos entró en la iglesia no con una rama sino con un verdadero árbol, tan alto que su copa tocaba en los arcos de medio punto. Yo alucinaba, no sabia si aquello era un acto supremo de devoción o una broma de pueblo. El cura debió interpretar esto último porque les echó sin contemplaciones de la iglesia junto con el árbol, con todo el trabajo que esto conllevaba.

Había una tradición, que no se si aún se conserva, de que los niños llevasen el ramo bendecido a su madrina y esta a cambio les hacia un regalo que podría ser, por ejemplo, una tarta, golosinas o incluso dinero. Pues bien, un amigo mío explotó esta tradición al máximo. Durante años y años ofrecía el ramo a su abuela, que era su madrina, sin ningún pudor. Ya le había salido bigote cuando le dije:

– Pero hombre ¿no te da vergüenza a tu edad seguir llevando por ahí la ramita para que te den algo por ella?-

La verdad es que yo se lo decía por envidia porque a mi nadie me regalaba nada, ni siquiera sabía quien era mi madrina.

Por eso el domingo de ramos no llevaba ningún ramo a la iglesia. ¿para que me iba a servir?

Aún recuerdo el día en que fui a solicitar al párroco, antecesor de D. Pío, un certificado de buena conducta. Este certificado era entonces imprescindible para tramitar solicitudes oficiales, pasaportes, etc. No conseguirlo seria, sin duda, un mal asunto.

El párroco me miró en silencio durante un rato que a mi me pareció un siglo y dijo: – Yo no te conozco, ¿Cómo te voy a dar el certificado si no te he visto nunca por la iglesia?

En aquel momento me temblaban las piernas y no sabia que decir.

Pero al final me lo firmó. Comprendí entonces que dentro de su seriedad me había estado gastando una broma.

No quiero cansaros más, pero no me gustaría cerrar este artículo sin antes felicitar cordialmente a D. Pío por haber cumplido medio siglo al frente de la parroquia. Él si que tiene que saber muchas mas anécdotas que yo y seria muy interesante que algún día nos contase alguna.