Autora: Emilia Moris.
Cuando llegué a esta parroquia, era una zona rústica y he visto a través de los años como ha ido transformándose en una zona urbana. Sin embargo, cuando salgo a dar un paseo por los caminos, parece que el tiempo no haya pasado.
Siendo joven, mi diversión se emplazaba en Somió. Aquí satisfacía todas mis ilusiones: lunes y jueves en Somió Park; subir en bicicleta el Infanzón; y no digamos los trayectos en tranvía, transporte al aire libre rudimentario y ya legendario, donde toda la pandilla nos reuníamos. El trayecto era corto, pero que con la lentitud que lo caracterizaba, nos reducía el horario de vuelta a casa que era a las 9:30 h. Y siempre se respetaba. Tranvía sobre raíles con una pequeña tracción eléctrica, sin puertas laterales, quedando los vagones sin ningún tipo de protección y dándole la sensación al viajero de estar suspendido en el aire.
Otro cambio es que los domicilios eran identificados por el nombre familiar y con su barrio correspondiente. Las caleyas tenían nombre en bable, las fuentes afloraban entre roca y maleza. Las fincas reunían familias muy numerosas, y los niños jugaban con hermanos, primos y amigos.
Recuerdo los grupos de danzas asturianas que bailaban al son de un gaitero y un tamborilero. Los bailarines ricamente ataviados desfilaban detrás de los músicos, alrededor de la parroquia para anunciar el comienzo de la Fiesta del Catecismo. Fiesta presidida por Don Pío y sus colaboradores y que reunía a numerosas familias.
Las catequistas, con su entrega habitual, se dedicaban a traer bocadillos y tortilla, y además controlaban toda la fiesta con orden y respeto. Entre danza y danza, se efectuaban juegos diversos.
Después de mis largos años de vecina de esta parroquia, de haber criado a mis hijos y nietos, y de haber recibido los Sacramentos de las dos generaciones de manos de Don Pío, me encuentro enriquecida al ser recordada en el homenaje anual con mis vecinos de Somió
Emilia Moris