Villa Quique

Autor: Avelino Rodríguez “Sí ho, de Villa Quique”

Porfolio Fiestas de El Carmen 2023

En esta tarde de confinamiento, y atendiendo a su amable petición, paso a desgranar mis recuerdos de La Redonda. Primero les diré, para situarnos en el tiempo, que mis recuerdos arrancan de hace cincuenta años, esto es, desde finales de los sesenta del siglo pasado. Y para identificarme, que ya muchos ni me conocerán, mi nombre es Avelino, viví muchos años en Villa Quique (Villa Quique, Villa Santi, Villa E, Villa Faustina, las casas que hizo D. Santiago Rivero en el barrio de La Redonda, o al menos eso creía yo cuando vivíamos allí). Los más viejos sí nos recuerdan, cuando dicen: “Sí, ho, los de Villa Quique”. Ahora paso a desgranar mis recuerdos según vayan aflorando y, como no tengo ningún esquema preconcebido, voy a situarme en El Peru y a partir de ahí iré recordando personas y situaciones de mis años en Somió. El Peru que conocí todavía estaba regentado por “el Peruyu”, aunque la gente mayor siempre decía “el fielato”. Tuvimos que recurrir a nuestros padres para que nos explicasen qué significaba eso del fielato, aunque dejémoslo para uno “más viejo que yo” para contarnos qué se entiende por un fielato. 

También recuerdo que el autobús municipal, de Tunisa en aquella época, sólo llegaba hasta El Peru y daba marcha atrás hasta la Avenida Dionisio Cifuentes para emprender el regreso a Gijón. Mi hermano Gabriel puede dar fe de ello, porque una vez le golpeó el autobús cuando estaba en esa maniobra y el conductor no pudo percatarse de su presencia.

A continuación de la Quinta Granda estaba la carbonería de Adolfo, después seguía La Pondala, regentada en aquellos años por José Luis. Siguiendo la acera estaba la tienda de Vida, pero ya regentada por César y Zulima, ayudados por sus hijos César, Javier (recientemente fallecido) y Juan Carlos. A continuación, estaba la pescadería de Loli, hermana de Facundo, el peluquero de Somió. Facundo era todo un personaje y una muy buena persona. Tenía su peluquería más allá de Espicha. Yo recuerdo que mi madre nos daba una moneda de veinticinco pesetas para cortar el pelo. La diferencia entre el precio del servicio y el dinero que nos daban la empleábamos en chuches que cogíamos en El Peru, que ya era el kiosco de Victorina, pero el problema surgía cuando Facundo subía el precio del corte de pelo y no teníamos remanente suficiente por haberlo dejado en el cajón del kiosco: “Bueno, guaje, por esta vez te lo perdono, pero recuerda para la próxima que el precio son veinte pesetas, no dieciocho”, nos decía el bueno de Facundo. Y hablando de Espicha, recuerdo la figura de Tito Rubiera paseando por la zona. Tito Rubiera había sido jugador del Sporting en los años 30 del pasado siglo.

También en aquellos años veíamos la inconfundible figura de Casiano, en su bicicleta con el manillar colocado en extraña posición. Y a Kiti Cangas, montada en su Vespa, con su inconfundible pañuelo anudado a la cabeza. Ya por recordar, había un bar en el inicio de la caleya que llegaba hasta la finca “El Molino de Viento”, ahora creo que se llama Camino de Los Robles. Era el bar llamado La Corolla y estaba regentado por un matrimonio que, cuando se jubiló, debió de cerrar el establecimiento. Pero volviendo a la Avenida Dionisio Cifuentes, ya estamos llegando a la tienda de Peche, auténtica memoria de Somió. Y ya nos queda poco para llegar a la Iglesia de San Julián y al campo de las Tres Cruces, donde la chiquillería jugábamos a la salida de la catequesis. Por cierto, en una ocasión una de mis hermanas me pidió si Alejo Caso podía enseñarle El Molinón, a lo que Alejo accedió amablemente, como era su costumbre. Mi hermana le preguntó a Alejo desde cuando me conocía y él contestó: “¡Desde cuando íbamos a la catequesis de Somió!”. Hablar de la iglesia de San Julián es hablar de D. Pío y su ayudante, D. José Manuel. Recuerdo que cuando D. Pío apoyaba los codos en el púlpito y decía: “Amadísimos hermanos…”, entrábamos en una especie de letargo que nos duraba hasta que se rezaba el Credo. Y claro, hablando del Catecismo de Somió, no puedo olvidar al Sr. Cañedo, alma de aquel Catecismo. También recuerdo una canción que decía algo así como “cui, cui, cui, los de Somió, los de Somió, cui, cui, los de Somió ya estamos aquí”.

Sólo voy a desgranar dos recuerdos más de aquellos años. Uno se lo dedico a la finca de Somió Park, de la que tan solo queda el edificio principal de la Quinta Peláez, donde estuvo el restaurante en el que, entre otras cosas, mi padre y sus amigos celebraban, el día de Los Santos Inocentes, la cena de “Los maridos oprimidos”. Somió Park también cumplía su función como lugar de paso desde la carretera del Infanzón hasta Villamanín. Su campo de fútbol, el de Somió Park, además de jugar toda la chiquillería de Gijón y Somió, era la sede del Estudiantes C.F. Sirvan también estas líneas para recordar la impagable labor de los hermanos Cardeli. También me atribuyo, como el resto de la chiquillería de aquel Somió, parte del éxito del Estudiantes C.F., gracias a la abnegada labor de hostigamiento al portero del equipo contrario. Algún portero al que conseguimos sacar de sus casillas nos “escorrió”, abandonando la portería. Y por último, voy a recordar el campo de San Julián cuando estaba enfrente de “Casa Víctor”, en los terrenos de la Quinta de los Cifuentes. Este campo era en aquellos años la sede de la fiesta del Catecismo que organizaba el Sr. Cañedo. Recordar aquella fiesta y al Sr. Cañedo es recordar nuestra infancia, muy feliz y muy plena.