Bailando en Somió

Autor: Jorge Lorenzo Benavente

Porfolio Fiestas de El Carmen 2015

Siempre fue nuestra querida Parroquia de Somió, un lugar habitual de asueto para los gijoneses que, cansados de la rutina del trabajo diario, las prisas, el asfalto, los coches, el ruido y el vivir comprimido de la ciudad, buscaban en la época estival, fines de semana o fechas festivas, la diversión y el descanso que tanto anhelaban y, por ello, tratando de escabullirse del ajetreo urbano, se desplazaban hasta Somió para, en cualquiera de sus múltiples merenderos, pasar la tarde escanciando unos “culinos” de sidra acompañados de unas tortillas de patata, unas tablas de queso o de cualquier otro tipo de tapas que llevarse al estómago. De lo que se trataba, era de buscar tranquilidad, aire puro y pasar una agradable tarde en compañía de familia o amigos.

Hacia mediados del siglo pasado (cómo vuela el tiempo…) muchos de estos merenderos comenzaron a experimentar una metamorfosis espectacular para ir transformándose, de manera paulatina, en auténticos lugares de baile.

Ejemplos tenemos muchos, pero Somió, sin duda alguna, se llevó la palma en cuanto al afloramiento de estos merenderos que se transformaron en bailes primero y en discotecas o salas de fiesta, después.

Normalmente en el merendero aparecía, inicialmente, un aparato reproductor de música que amenizaba a los clientes su estancia. Poco a poco, alguna pareja se atrevía a echar un baile y, roto el hielo, se iban sumando otras parejas más.

A medida que la cosa progresaba, ya se construía en un trozo de terreno, una pista de baile con suelo de cemento para que los clientes, no tuvieran dificultades sobre un piso tan irregular como el “prau”. Si la cosa seguía en auge, se podía contratar una pequeña orquesta que actuaba en sesiones de tarde y en algunas otras de noche. De ahí se pasó a construir un escenario y así… poco a poco, aquel merendero pasaba a ser una Sala de Fiestas, en toda regla y la sidra, escanciada antaño, daba paso al cubalibre y la clientela no tenía ya como destino el ir a merendar al establecimiento, sino bailar y divertirse.

Casos de todo ello, tenemos en nuestra parroquia de Somió unos cuantos, pudiendo citarse, entre otros, el Jai Alai y el Ideal Rosales, ambos en la Guía, el Parque del Piles, Somió Park y el Jardín.

El Ideal Rosales, primero de los citados, quizás fuese el pionero en tal cambio de costumbres, pues no en balde ya se autodenominaba en el año 1943 como “merendero-baile”. Estaba al aire libre, ocupando un amplio trozo de terreno, con su arbolado en el que predominaban los plátanos que proporcionaban abundante sombra y unas mesas con un banco corrido a cada lado, todo ello de cemento, con capacidad para cuatro personas, dos en cada uno de los bancos.

Algunas de las escenas de la película de José Luis Garci “Volver a empezar”, con la que España ganó su primer óscar a la mejor película extranjera en el año 1983, se rodaron en el Ideal Rosales que quedó así inmortalizado para la eternidad.

Tiempo después, a principios de los años ochenta, sobre el propio lugar que ocupaba el Ideal Rosales, se erigió la Discoteca llamada TIK que arrastró a una gran parte de la incipiente juventud de aquel momento. A quien estas líneas escriben. hemos de reconocerlo, ya le cogió un poco tarde.

La Discoteca TIK, echó el cierre un 28 de enero tras 24 años de actividad, al ceder su espacio para la construcción de una urbanización de viviendas, haciendo desaparecer definitivamente de su entorno, aquella emblemática carpa que le daba cobijo.

El Jai Alai, ubicado igualmente en la Guía, siguió una evolución similar al anteriormente citado el Ideal Rosales, teniendo como antecedente y constituyendo su origen, el denominado “El Recreo de la Guía” fundado ya en 1890.

Ambos merenderos-baile (Ideal Rosales y Jai Alai) por todo lo que supusieron, en su época, para las gentes de Gijón, recibieron por parte del Ayuntamiento la recompensa de ubicar sus emblemáticos nombres en el callejero de esta ciudad, otorgándoles dos calles en las inmediaciones del actual Jardín Botánico.

Especial importancia tuvo el legendario Somió Park que ocupaba la antigua Quinta de Peláez y que, como aquellos anteriormente citados, se convirtió en un merendero, una vez adquirida su propiedad por la compañía de tranvías.

El “Somió Park” llegó a tener una gran evolución hasta convertirse en un baile de postín, con abundantes verbenas nocturnas y con un escenario a cubierto, frente al que se extendía una amplia pista de baile, todo ello rodeado de abundante arbolado de robles centenarios y mesas y asientos que lo bordeaban. La música dejó de salir de los viejos tocadiscos y pasó a ser música en directo que procedía de los instrumentos de las orquestas que amenizaban las veladas. Algunos cantantes, hicieron sus primeras actuaciones en el Somió Park. Tengo oído comentar que el propio Raphael, aún imberbe, actuó en alguna ocasión sobre el escenario de tan emblemático lugar, del que era habitual, igualmente, el cantante de Quintes Luis Gardey, que cantaba ya sobre el mismo escenario, con dieciséis años de edad, allá por el año 1958.

¿Quién no recuerda las celebraciones de la Fiesta del Catecismo parroquia de Somió es ese lugar?

Al baile se accedía desde la actual calle Juan Valdés Cores, donde se ubicaban las taquillas.

Incluso, en dicha propiedad, lindando con la Avenida de Dionisio Cifuentes, había un campo de fútbol en el que jugaba y entrenaba inicialmente el Estudiantes hasta el año 1979, equipo éste en el que, dicho sea de paso, dio sus primeras patadas a un balón, el “Pitu” Abelardo, que llegó a ser internacional absoluto de la selección española y actual entrenador del Real Sporting de Gijón.

Especial importancia tuvo El Parque del Piles, que, como los anteriormente citados, pasó igualmente por ese tránsito de merendero a Sala de Fiestas, llegando a contar con actuaciones en directo de gran envergadura y del primer nivel, como Nino Bravo, Joan Manuel Serrat, Julio Iglesias, Camilo Sesto… etc.

Los cambios de tendencias, produjeron su cierre el 21 de abril del año 2007, tras seis décadas en el candelero.

Especial mención se merece El Jardín situado en el barrio de La Pipa y que, de una forma casi silenciosa, se fue abriendo un hueco hasta desbancar, de una forma rotunda, a sus más directos competidores, primeramente, al Somió Park y luego al Parque del Piles.

El Jardín se inició como una pequeña tienda en la que hacían “escala técnica” las personas que iban caminando hasta las playas próximas como la de Estaño, para recuperar fuerzas y calmar su sed. Poco a poco aquella pequeña tienda, con menos de una decena de mesas, de la mano de los hermanos Fernando y Corsino García-Rendueles Piñera, se amplió a merendero y más tarde a merendero con música, especialmente cuando Fernando, creo que, tras realizar su servicio militar por tierras canarias, se trajo de las Islas un estupendo tocadiscos que acompañaba musicalmente, a los clientes del merendero. Así comenzó la rivalidad con el Somió Park, pues, hasta ese momento, los clientes merendaban en el establecimiento de los hermanos García-Rendueles y se iban luego a bailar al Somió Park, pero, poco a poco, se fueron quedando ya en la Pipa pues ya tenían música y hasta una primera pista de baile.

Y aquel negocio, dirigido con maestría por Fernando y Corsino, inició una carrera desbocada para, en poco tiempo, desbancar, como se dijo, a sus más directos competidores, Somió Park, Parque del Piles…

Y, de esta manera, el Jardín se convirtió en un referente no ya a nivel local, sino, casi me atrevería a decir, a nivel nacional, pues de la música grabada en un vinilo, se dio paso a importantes orquestas con música en directo y en tal vertiginosa escalada, a los mejores cantantes y grupos musicales nacionales y extranjeros. Por el escenario del Jardín pasaron en su época de esplendor grupos como Los Canarios, Los Brincos, Los Bravos, Los Surfs, Luis Mariano, Juan Pardo, el Dúo Dinámico, Serrat, Alberto Cortez, Mari Trini… y, en resumen, lo mejor de cada momento.

Las oleadas de gente que procedente de los autobuses que terminaban ruta en la Plaza de Villamanín, hacían ese último tramo a pie, eran impresionantes y así, el Jardín se convirtió en la sala de fiestas número uno, en mi opinión, de toda Asturias.

He pasado muchas tardes en el Jardín, en su época de máximo apogeo. En sus pistas bailé por primera vez con la que hoy es mi esposa. Recuerdo mi primer baile “lento” (o como dicen algunos “agarrao”) con ella, a los acordes de la canción “Il mio canto libero” de Lucio Battisti.

Hubo una circunstancia que recuerdo a pesar del transcurso de los años transcurridos, como si hubiera acontecido ayer. Un sábado por la mañana, tendría yo doce o, a lo sumo, trece años de edad, salí a dar un paseo con mi bicicleta y me fui hasta la Pipa. Cuando estaba llegando a las inmediaciones de la fuente que da su nombre al barrio, escuché en el interior del Jardín, unos acordes de varios instrumentos y, ni corto ni perezoso, como estaba la puerta abierta, entré. Había un grupo sobre el escenario que se disponía a ensayar.Eran los Pop Tops, con su cantante Phill Trim al frente. Me senté en un banco que había frente al escenario, a unos diez metros de ellos, apoyando mi bicicleta en el mismo. No había nadie más… los músicos, mi bicicleta y yo. Y los Pop Tops iniciaron su ensayo tocando una canción que yo nunca había escuchado antes: “Con su blanca Palidez”, que era la versión española  de la del grupo británico Procol Harum (A Whiter Shade of Pale). He de confesar que aquella canción me cautivó… me parecía haber entrado en un mundo mágico… y esa canción, es a día de hoy, la más emblemática para mí.

Al principio, mi pandilla, integrada por Pachicho (q.e.p.d), Tino el de la Providencia, José Ramón y yo, dados nuestros escasos recursos económicos y nuestra corta edad, acudíamos de vez en cuando a presenciar las actuaciones en directo, encaramándonos a unos árboles de buen porte, existentes fuera de los terrenos del Jardín, pero desde los que, a imitación de los gorriones, veíamos el escenario sentados cada uno en una rama.

Luego, cuando ya superábamos el límite de la edad y “reglamentariamente” podíamos entrar, solíamos ir en “escuadrilla” algunas tardes de verano, compartiendo José Ramón y yo, un bocadillo de salchichas a la mitad, que nos partía el camarero con un cuchillo y nos tomábamos un vino blanco, eso sí, uno para cada uno. Si la economía nos era propicia, pedíamos el bocadillo de calamares, que tenían merecida fama en el establecimiento.

Recuerdo nuestras buscas y capturas a Fernando García-Rendueles (Fernandón, como le conocíamos), uno de los copropietarios, porque repartía invitaciones, no sin hacerse de rogar, que nos permitirían acudir otro día, sin pasar por taquilla.

Mi amigo José Ramón, estaba dotado de un don especial. Entraba miraba y controlaba en un solo acto. Le preguntábamos… ¿Habrá venido esta chica? Y él decía: “está sentada en la tercera mesa, por la derecha, según se entra por la puerta del fondo…” y no fallaba tiro… para controlador aéreo, no tendría precio…

Tino era de los que “desaparecía” entre la multitud y aparecía cada cuarto de hora para decirnos: “tócame la frente, mira que sudada tengo, no paro de bailar…” Bailar, lo que se dice bailar, no lo veíamos, pero sudar, eso sí, sudaba más que un pollo… quizás hacía ejercicios físicos para atribuirse unos éxitos “bailongueros”, nunca conseguidos… ¿Quién sabe?

Yo no era excesivamente bailarín… pero sí recuerdo una vez que me retaron los de la “panda” y me dijeron… ¿A que no sacas a aquella chica a bailar? Miré y era fea como un demonio… para qué nos vamos a engañar… no pongo su nombre y apellidos por respeto. Acepté el reto tras mucha insistencia y, armándome de valor, me fui hasta donde ella se hallaba… y le dije: ¿Bailas? Me miró de arriba abajo y me dijo “no”. A lo que yo aliviado le contesté: “uf, menos mal”. Y me volví con mis amigos habiendo ganado la apuesta.

El Jardín llegó a introducir grandes innovaciones (renovarse o morir), siendo pioneros en colocar una jaula en la que bailaban unas gogós con ceñida vestimenta y que se contoneaban al ritmo de la música.

Era famosa su “verbena del farolillo”, entregándote a la entrada, un farolillo con un palito y un paraviento de celofán con una velita en su interior. La Carbayera de la Pipa, quedaba pequeña para albergar a todos los vehículos que acudían a dicha verbena y los coches, acababan aparcando en las cunetas de la Carretera del Piles al Infanzón, hasta casi Casa Espicha.

Yo fui a esa verbena una sola vez y lo hice con mi entonces novia, hoy mi mujer y recuerdo pedir permiso en casa para ir (tiempos aquellos que no volverán) y respondiéndome mi padre, que podía ir pero con un mensaje directo: “cuidado con la bebida”.  Me sorprendió su advertencia, pues yo, que carecía de cualquier tipo de antecedentes etílicos, solo bebo agua y cuando tengo algo que celebrar, gaseosa. Es lo cierto, que los tiempos han ido cambiando. Las costumbres de la juventud, son muy distintas a las de antes y aquellos viejos merenderos que el tiempo transformó en importantes salas de baile, o han desaparecido, o han frenado su actividad, muy aleada de su época de esplendor. Recientemente el “Oasis” cerró sus puertas y se procedió a su demolición para ser sustituido por un establecimiento de hamburguesas.

Sea como sea y nunca mejor dicho, “que nos quiten lo bailado”.