Autor: Eduardo Suárez Fernández-Miranda
Julián Ayesta y Hélène Scarbonchi (Castelsarrasin) se conocieron en 1967, en El Cairo, en plena Guerra de los Seis Días. El escritor gijonés estaba en Egipto como diplomático y Hélène había ido a visitar a unos compañeros de estudios. Ese fue el inicio de una relación que se mantuvo durante treinta años. Julián Ayesta es el autor de esa pequeña joya literaria que es Helena o el mar del verano. De su autor dijo Joan Ferrater que era “un escritor admirable. Su dominio del tema es absoluto y lleno de ironía. [La novela] se halla penetrada de lucidez gracias a una técnica de contrastes muy simples y muy sabiamente repartidos”. Helena o el mar del verano ha llegado hasta nuestros días repleta de un lirismo y poder evocador inigualables”. Conocí a Hélène Scarbonchi con ocasión de la preparación de mi tesis doctoral sobre Julián Ayesta. Siempre ha mostrado una amable disposición a colaborar con todos aquellos que sienten interés por la figura y la obra del escritor asturiano. Esta entrevista nos ofrece la oportunidad de conocer su lado más íntimo y familiar. Como recordaba Joan Perucho, uno de sus grandes admiradores: “Nunca podremos olvidar de Julián Ayesta el impacto que nos prodigó la confrontación inicial de Helena o el mar del verano, tan elogiado y tan en la memoria de todos”.

1.- La novela de Julián Ayesta, Helena o el mar del verano, se sigue reeditando desde su publicación en 1952. ¿Cuál cree que es el motivo para que siga despertando el interés, más de setenta años después?
Supongo que se debe a la calidad excepcional de la obra. Su difusión nunca fue muy extensa, aunque se ha traducido a varios idiomas como el francés (edición francesa y canadiense), inglés, alemán, holandés, griego, italiano y últimamente al portugués.
Cuando se tradujo por primera vez al francés, me acerqué a la editorial en Paris – Les Editions de l’Olivier- y me recibieron con gran entusiasmo: “Por fin, vamos a saber del misterioso Julián Ayesta”. Esto fue en los años ochenta. Y hace dos semanas estaba en Madrid y mi sobrina Lucía Penche Ayesta me llevó a la calle Pelayo, a la librería Amapolas en octubre, cuya propietaria, Laura Riñón, es amiga suya y una fan de la obra de Julián. Siempre tiene algunos ejemplares del libro. Se acercó Miguel Munárriz el editor, ilusionado de poder hablar de Julián y de su obra maestra. Un detalle muy bonito que tengo que contar: sacó un ejemplar de la primera edición de 1952 y me pidió que le escribiera algo. Me resistí un poco sorprendida, pero insistió y en una página escribí algunas palabras. Esta reunión de gente tan entusiasta fue para mi un momento de gran emoción.
La verdad es que pienso que la obra tiene belleza, fondo y un frescor inalterable. Un acierto total y un milagro.
2.- Los relatos que forman la novela Helena o el mar del verano fueron escritos a lo largo de los años cuarenta, cuando Julián Ayesta no contaba con más de veintitantos años. La novela es un recuerdo de los felices años de su infancia, antes de la guerra. ¿Qué cree que le impulsó a escribir sobre esa época, siendo él todavía tan joven?
Pienso que escribió Helena o el mar del verano muy joven para rememorar la infancia y la adolescencia. Pero había vivido la guerra, la había hecho y eso le envejeció, si se puede decir así. Es mi opinión porque no comentamos los dos este aspecto de la gestación de su obra.
3.- Usted no es la Helena de la novela. Pero el destino la unió a Julián Ayesta. ¿Cómo se conocieron?
Conocí a Julián en El Cairo, en el verano de 1967, en plena Guerra de los Seis Días. Estados Unidos había roto relaciones con Egipto y la embajada de España estaba encargada de los intereses americanos. El Ministerio de Asuntos Exteriores buscó a dos diplomáticos dispuestos a ir allí para reforzar la plantilla de la embajada y Julián se ofreció. En cuanto a mí, yo estaba visitando a unos compañeros de estudios -estudié Ciencias Políticas en París-. El marido de mi amiga era ya diplomático.
El cuerpo diplomático tenía acceso a un hotel con piscina, el Omar Khayyam, palacete construido para la inauguración del canal de Suez por la emperatriz Eugenia. Nos encontramos allí una tarde y fue el flechazo. Cuando me preguntó cómo me llamaba y le contesté Helena, se echó a reír muy contento por la casualidad. Nos volvimos a encontrar en muchos sitios y yo quedé hechizada por su inteligencia y su brillantez. Tenía billete de regreso a París, pero pospuse la marcha.
4.- Julián Ayesta pasó más de media vida dedicado a su carrera diplomático. Bogotá, Santo Domingo, Alejandría, Ámsterdam o Belgrado -donde fue nombrado Embajador-, fueron algunos de sus destinos. ¿Cómo es la vida de un diplomático y su mujer? ¿Tiene alguna anécdota que pueda compartir con nosotros?
Compartí varios puestos diplomáticos con Julián y es evidente que la vida material de los diplomáticos es mas bien cómoda y agradable. La vivienda, normalmente en barrios elegantes y tranquilos te permite llevar la vida social que conlleva el trabajo de diplomático. De entrada, te dan las claves y los contactos. Te ayudan los compañeros ya destinados en el puesto, así como los colegas extranjeros. No hay que ser demasiado ingenuo. Cada puesto y cada país ofrece mas o menos dificultades para adentrarse y empezar a entender algo (sea el idioma o las costumbres). A pesar de esta ayuda te tienes que abrir camino tu mismo. Muchas veces, tienes la convicción de que te quedas en la superficie y no vas a conocer nada de la realidad del país donde has aterrizado.
Para la mujer del diplomático, por lo menos, en mis tiempos, la calidad mayor era la adaptabilidad: estar abierta y positiva. Para el diplomático era distinto. Quiero decir que él venia a trabajar, a cumplir una misión. Pero la mujer se tenia que adaptar a un país nuevo, a veces muy sorprendente y misterioso. Algunas veces mas bien decepcionante. Otras atractivo y emocionante. Pero Julián siempre le daba a todo lo que le rodeaba un toque muy personal, positivo y conseguía darle la vuelta a la tortilla. Ya le sacaba el jugo al asunto y a salir adelante.
5.- Esta vida no estuvo exenta de peligros. En 1973 fue secuestrado, junto con otros diplomáticos, en la Embajada de Arabia Saudita en Sudán. ¿Qué nos puede contar de aquella experiencia?
Fue el ataque -el primero de Septiembre Negro– en la Embajada de Arabia Saudita, en una recepción con motivo de la despedida de nuestro amigo, Encargado de Negocios estadounidense. Julián estuvo retenido varías horas. Aparentemente, los asaltantes estaban muy excitados. Muchos diplomáticos pudieron escapar. Pero Julián estuvo preso, así como sus colegas japonés y libanés. Los hicieron bajar a voces y apuntándolos con sus armas. Los dos diplomáticos americanos, nuestro amigo y el embajador recién nombrado, así como el Encargado de Negocios belga estaban atados con cables de teléfono y en el suelo. Como había el viento horrible llamado habub, con tempestad de arena, el avión americano enviado por el gobierno de Estados Unidos no pudo aterrizar. Los asaltantes se pusieron nerviosos y acabaron matándolos al cabo de 48 horas.
Como España no tenía relaciones diplomáticas con Israel liberaron a Julián al cabo de cinco horas. Aquello ocurrió en marzo del 73. Yo no estaba en Jartum sino en París. Pero marché inmediatamente para allá, en un viaje complicado por la situación. Pero cuando por fin aterricé, Julián me esperaba en el aeropuerto y fuimos a visitar a la viuda del Encargado de Negocios americano. La pareja era muy amiga y habíamos hecho excursiones por el desierto y las pirámides de Meroe Marchamos bastante pronto de allí. Le cogí horror, la verdad sea dicha. Y destinaron a Julián a Ámsterdam con el cargo de Cónsul General. Estuvimos cuatro años muy felicites y muy visitados por amigos y familiares.
6.- Durante sus años como diplomático Julián Ayesta apenas escribió. Él mismo reconocía que “un diplomático escritor es algo contra natura. Cuando escribes, estás un poco en trance, y ese trance dura horas, o todo el día, y eso es fatal para la diplomacia”. Sin embargo, siempre tuvo presente la literatura en sus conversaciones. Así lo atestiguan Juan Manuel Bonet o Carola Velásquez, diplomática y viuda del antiguo embajador de España en la República Argentina, Estanislao de Grandes. ¿Así lo recuerda usted también?
Por supuesto, así lo recuerdo también. Literatura, teatro, pintura, música. Todo le apasionaba. Y era apasionante escucharle sobre todo cuando estaba en forma y con ganas de intercambio con gente culta y con cosas que compartir. Y si no se presentaba tal caso, disfrutaba sencillamente de la vida. Que fuera ocio, baños en el Nilo Azul en Jartum, esquí de fondo en una isla en el Danubio en Belgrado, larguísimos paseos por las playas inmensas y batidas por el viento en Holanda. ¡Y después vuelta a casa, felices y compartiendo vino o whisky y una buena cena con los amigos, y a charlar! Y entonces casi siempre empezaba el fuego artificial de Julián en forma. O por lo menos es así como lo recuerdo.
7.- Tras su jubilación como Embajador en Yugoslavia, se trasladaron a Somió (Gijón) un lugar “verde, rico, abierto al mar” como recordaba el propio Julián Ayesta. ¿En qué se ocupó sus últimos años? ¿Seguía escribiendo?
Cuando regresó a su paraíso, se dedicó a hacer modificaciones en la casa y en el jardín. Se empeñó en hacer un campo de croquet delante del mirador de la casa. Cuando regresamos de Belgrado ya jubilados, el día que entramos en Asturias, al pasar la pancarta “Principado de Asturias” empezó a llover… y no cesó en cuatro meses. Yo que asociaba España al sol me quedé un poco decepcionada. Pero lo peor es que se encharcó el terreno, y cuando se empeñó en traer una pala mecánica para preparar el terreno, reventó una canalización y se creó un barrizal, hasta el punto de que la gente que venía preguntaba si pensaba plantar una huerta. Fue un momento difícil.
A veces, empezaba a modificar obras de teatro que no habían pasado la censura. Estaban taquigrafiadas y recortaba tiras con frases que suprimía o pegaba en otro sitio. Los fajos engordaban, pero aquello me parecía muy embarullado y creo que sacó la conclusión que no iba a seguir por este camino.
Se dedicaba a cosas practicas, manuales, físicas: el jardín, también se lanzó a hacer una biblioteca, un ventanal con cristales pequeños para proteger la terraza del viento. A mi me ponía un poco nerviosa verle pasar horas haciendo estas cosas porque creo que tenia mucho arte en muchos terrenos, pero no era para nada manual. No quiero decir que fuera manazas. Pero resolvía los problemas prácticos como un intelectual que era. Sin embargo, creo que necesitaba esta actividad física como desahogo. Era una persona muy nerviosa, muy inquieta (en el sentido de no quieto). Yo creo que estaba un poco de vuelta de todo y lo que contaba para él era pasarlo bien y disfrutar de todo lo que le gustaba: amigos, familia, reuniones, baños en Estaño, ir a coger moras, tomar sidra en los chigres, comer “oricios” en la época. A lo mejor intuía que no quedaba tanto tiempo. No lo sé. Si sé que fue feliz antes de enfermar y que lo pasamos muy bien.
8.- Siempre es de interés conocer los gustos literarios de un escritor. ¿Cuáles eran sus autores favoritos? ¿Qué libros llenaban su librería?
En cuanto a la biblioteca de Julián, era muy variada: mucha literatura española clásica, moderna. Libros dedicados por amigos (por ejemplo, las obras completas de Manuel Fernández Álvarez, catedrático de historia que había escrito sobre Carlos V). Pero también libros de literatura francesa, en francés, libros en inglés. Le encantaba James Joyce. Obras de teatro (Ionesco en francés). Y hasta tenía algunos en italiano. La verdad es que era una mente extremadamente curiosa. De repente, se apasionaba por las matemáticas y tenía libros de matemática. No tenía especial preocupación por la calidad de la edición; lo que le interesaba era el texto. Así que muchos volúmenes en ediciones corrientes (de los que se ponen amarillos) o de bolsillo.
9.- En una entrevista de la periodista asturiana Cuca Alonso (El Comercio, 1986), a una de sus preguntas respondía: “Lo paso muy bien disfrutando de la luz, de los árboles, de las cosas de la vida”. ¿Eran las características más destacadas de Julián Ayesta, su optimismo y su vitalidad?
Como dije antes disfrutaba profundamente de la vida, de la gente. Tenia mucha vitalidad, evidentemente. Pero no diría que era optimista. Creo que era bastante escéptico, pero al mismo tiempo muy vital y esto le salvaba. Tenia un don particular para sentir las cosas, las atmósferas, los colores, los sabores… Como era muy culto podía enriquecer todas estas sensaciones con referencias literarias, musicales o picturales. La verdad es que era un regalo convivir con él. Le daba color a todo lo que miraba. Una persona solar.
10.- Julián Ayesta era aficionado a la música, a la pintura, le gustaba mucho la obra de los pintores asturianos Evaristo Valle y Nicanor Piñole. Usted también es una gran aficionada a la pintura. ¿No es así?
No sabía solfeo, pero tocaba de oído maravillosamente. Me compró un piano porque yo tocaba, aunque muy torpemente, con partitura. Un día me pidió que le enseñara a leer las notas. Pero no tenia paciencia y no siguió. E hizo muy bien porque tocaba estupendamente. Oía un quinteto de Dvorak y reproducía la melodía en el piano, pero no solo el hilo sino con mano izquierda. Y lo pasaba a tono menor. Para mi era pura magia.
Pintaba también estupendamente; con soltura, valor y alegría. Muchas veces no quedaba satisfecho y acababa destruyendo el cuadro. Me daba rabia. Pero cuando empecé a pintar entendí que hasta que uno no esté mas o menos satisfecho, sigue retocando hasta, muchas veces, cargarse la obra. Me animó a pintar. Soy completamente autodidacta. Pero decía que las clases estropeaban la espontaneidad. Como siempre me animaba, pues seguí y le saqué mucho placer.
11.- Julián y usted convivieron durante casi de treinta años. ¿Qué nos puede contar del Julián Ayesta más cotidiano?
Conmigo Julián era la persona mas cariñosa y atenta que se pueda imaginar. Siempre me llamaba “guapa”. Cuando marchaba a Francia a ver a mis padres y a mi familia, en cuanto regresaba, le veía feliz pero rápidamente volvía a sus asuntos y a su ritmo. Pero sabíamos los dos que estábamos juntos y magníficamente compaginados. Teníamos una gran diferencia de edad. ¡Y no sabe cuánto me gustó! Para él y sus amigos era guapa y joven. Creí que eso iba a durar toda la vida. Ahora soy muy mayor. Siempre dije y pensé que era mayor que yo, pero mas joven de espíritu y de ánimos. Era divertido y ocurrente. A veces imprevisible. Uno no se podía aburrir al lado suyo.
12.- Tras el fallecimiento de Julián Ayesta, usted regresó a Francia. ¿Qué recuerdos le quedan de su vida junto a él?
Una vida muy llena, muy alegre, llena de colores, de sonidos, de buenos ratos. Cuando se animaba a cantar “vaqueiras” con dos cucharas en la boca de una botella para semejar el sonido de los sonajeros de las vacas era estupendo. Cuando tocaba el piano y cantaba “Alfonsina” o nanas, la muchacha en Ámsterdam se sentaba en la puerta del salón, en un peldaño de la escalera y le saltaban las lagrimas.
Una amiga mía francesa había venido a visitarnos. Fuimos a un chigre a una fiesta de pescadoras. Olor a pescado, a serrín y a sidra. Se empezó a cantar y a tocar música. Julián se arrancó y agarró a una pescadora fornida y de mejillas coloradas y bailó con ella. Mi amiga se quedó entusiasmada. Y la madre de esta amiga que adoraba a Julián, era de la misma edad y era una gran intelectual dijo una cosa muy cierta: “Julián puso su arte en su vida”.
Y me hizo compartir todo aquello, infundiéndome confianza en mi misma. Es un enorme regalo. Me llegó a decir: “aunque fueras coja, manca, jorobada o ciega, te querré siempre”.
¡Que mas puede pedir una! Y último regalo: supo marchar con elegancia y si puedo decir con ligereza. Solo le puedo recordar como el mayor regalo de mi vida.