Autor: Claudio Rubio Rodríguez
Porfolio Fiestas de El Carmen 2024
Cuando a uno le piden que escriba sobre un tema, en este caso un lugar, a mí al menos me ocurre, que trato de hacer el repaso de las cosas que le unen al mismo, y que en cierto modo al escribiente le dejan claro el porqué de la vinculación, en este caso, el lugar es Somio, parroquia en la que fui bautizado y en la que adquirí mis primeros conocimientos.
Por tanto, en el momento de escribir estas líneas, Somio me hace volver atrás en el tiempo y pensar en colores. En colores sí, que son, en parte, los que me unen a esta Parroquia, por la cantidad de recuerdos que traen, además de otras cuestiones más personales como digo.
A mí Somio me recuerda a los ocres y parduzcos del otoño, que eran las hojas que pateaba en mi etapa en el patio de “La Escuelina”. Que luego al crecer, junto con el amarillo brillante, son los que veía en mi trayecto hasta el centro de la cuidad aquellas tardes de otoño, cuando los últimos rayos del sol acariciaban las laderas de la parroquia, tumbadas mirando hacia la ciudad, en las tardes con el viento sur del otoño.
La gama de marrones, también de las hojas caídas en las diversas carbayeras y caminos, que recorría corriendo cuando Carpena nos “mandaba” a subir la cuesta´l perru, saliendo desde el Grupo Covadonga, atravesando a veces La Guía, y otras brincando por los praos por donde el Cañaveral, y a quien preguntábamos “¿Carpena, porque se llama la cuesta´l perru?” y él respondía: “porque ahí a la mitad hay un perru que sal´ y te muerde”.
Colores que también se divisaban “escucando” entre algún muro, cuando veías alguno de los cada vez más escasos “pumares”, con alguna manzana coloradina. Marrones brillantes, como el pelo de nuestras ardillas, o mejor dicho, de ellas nosotras y nosotros, su parroquianas y parroquianos. Que no siempre estuvieron, pero que llegaron y se asentaron
Los tonos de esos jardines que en primavera se vuelven floridos y coloridos. Con sus múltiples gamas cromáticas en árboles y flores, todas bien cuidadas y veneradas por nuestras y nuestros vecinos. Porque si algo tengo claro es que, a las vecinas y vecinos de Somio, cuidando sus jardines, ¡no los supera nadie! Quien no se ha fijado en las jardineras coloridas, repletas de geranios en flor. Por doquier hay, y en este caso sí, la alegría floral por barrios va.
Jardines en los que, si una o uno se fija, algunas veces, las menos, reluce en blanco de las sábanas colgadas, recién lavadas, y que tampoco hacen mal, y hasta lucen bonito, sobre los céspedes verdes.
Ese césped inmaculado del Museo Evaristo Valle, cuando uno espía furtivo por el “agujerin”… y donde puede observar, disfrutando por el jardín a sus alegres moradores, mirlos, jilgueros, gorriones los menos, y palomas torcaces, escudriñemos con calma y fijémonos bien.
Verdes “les lechugues” de Ricardo que, si pasabes por allí, siempre te recibía sonriente, porque sabía de quién soy nietu. Verdes y húmedos, como los praos de la zona alta y de La Providencia, donde aún pasta alguna vaquina. Porque si, Somio fue y es, en parte rural, como sus sabrosos tomates.
También recuerdo, bien coloreados, aquellos chicles rosados que vendían en la tiendina, al lao de la farmacia, y que de vez en cuando alguno me compraba como si fuera la mayor recompensa de la semana.
Como en verano ir a ver los dorados de la Playa Estaño, que cierto es, molestaba los pies, con sus arenas pedregosas, pero que, ahora pasado el tiempo, hemos vuelto a apreciar, quizás no tanto en pleno agosto, pero si en la tranquilidad de los días del final de verano.
Somio con colores, siempre colores. Piénsenlo bien, y fíjense con detalle, estén atentas y atentos en cada cambio de estación, pues no hay paleta de pintor, con mayor variedad y esplendor. Unan sus propios recuerdos y colores, sus colores y recuerdos, pues alegra el alma y pinta una sonrisa en cada una de nuestras caras.