Casa Jamino

Autor: Rumo Barbero

Porfolio Fiestas de El Carmen de Somió 2009.

Casa Jamino fue creado el año 1949 por el matrimonio formado por Benjamín Barbero (Jamino) y Florentina García (Lenta). En plena posguerra y con muy pocos recursos, este matrimonio con dos hijos de 3 y 1 año, (Ruma y Miguelín), dan el paso alquilando un pequeño local situado en la plaza de Villamanín en Somió. Dicho local venía funcionando desde un tiempo atrás, aunque sin demasiado éxito. Con gran esfuerzo y con la ayuda de una hermana de Jamino, María, relanzan el pequeño bar.

En aquellos tiempos se construía el Orfelinato Minero (hoy “La Laboral”) lo que producía una gran afluencia de trabajadores desde Gijón a Villamanín, en los famosos tranvías que daban vuelta a la plazoleta. Estos obreros ya fuera a la entrada o la salida del trabajo, paraban en los bares de la zona, “Casa Jorge” (ya desaparecido) “Casa Alvarín” (hoy “Casa Víctor”) y “Casa Jamino”, para repostar de bebidas y viandas y esperar la llegada del tranvía.

Otros de los clientes habituales de la Casa, eran los propios “tranviarios”, conductor y cobrador, que siempre tenían en una esquina del mostrador, la media de vino marcada con un palillo  “Jamino déjamela ahí pa la vuelta”. Conocidos eran Luis (Patones), Ramón Layende (el de la Pipa) de Somió y uno que no recuerdo su nombre que le llamábamos “El Cantaor” por su costumbre de entrar en el bar cantando, que era de Gijón.

Luego estaban los clientes habituales de Somió que sería prolijo enumerar, aunque se pueden recordar algunos. Como por ejemplo: “Frasio” , “El Nene” , “Che”, “Primo” , “Joaquinín el de Lirato” , “Segundo el del camión “ y un largo etcétera.

Famosas eran las llamadas “pescatas” que se organizaban entre unos cuantos, yendo a la mar y con todo lo que se traía  se hacía una suculenta merienda-cena que duraba hasta las tantas de la madrugada. Llegadas esas horas se cantaba y reía a base de bien .En una ocasión acertaron a pasar la pareja de la “guardia civil”, haciendo la ronda habitual y cazaron al grupo simulando un funeral, con “El Nene” envuelto en una sábana a modo de mortaja, con su vela encendida y a “Frasio”, que había sido monaguillo, rezando un responso. No cerraron el chigre de casualidad.

Después de la pescata

Estamos hablando de los “años 50”, la televisión aún no había irrumpido, en la vida cotidiana de parroquianos y chigreros. El tiempo se consumía entre partidas de cartas, tertulias y discusiones, sobre el ganado, las cosechas, la climatología, etc.

Otra de las cosas que ocupaba mucho las tardes-noches después del trabajo eran los pasatiempos, acertijos, “experimentos” como ahogar una mosca y luego resucitarla. O la habilidad para colocar un vaso de sidra, en equilibrio sobre una moneda. Siempre aparecía alguien con alguna prueba nueva para entretenerse.

Era costumbre en la casa la venta de cacahuetes a granel calentados al lado de la chapa de la cocina, “Lenta, ponme una peseta de manís”. En una ocasión y para entretenerse, “Acebal el carpinteru”, fue colocando los cacahuetes en la mesa unos detrás de otros, sacó el metro plegable de madera y los midió, median justamente 1 metro, desde entonces hacía la comanda de cacahuetes por metros “Lenta, ponme un metro de manís”.

En aquellos años en “Casa Jamino” no existía carta, las viandas se apuntaban en una pizarra negra con tiza,” todos los lunes sopa de pixín”. Había clientes que después del trabajo y habiendo cenado, venían a tomar la sopa. También tenía mucha aceptación la carne asada, los calamares rellenos y los callos. Y según la época “les llámpares”, el bonito y los “oricios”.

Mención aparte merecen los “oricios”, cocidos al modo tradicional en agua con sal y servidos en un plato, junto con una pequeña tabla y un mazo de madera para abrirlos. Menudo festival de golpes se formaba. A propósito, se acompañaban de un buen trozo de pan. Se vendían por docenas escogiendo por los mayores, pero cuando estos se terminaban, los pequeños salían sin contar en platos hondos que llamábamos “gorretaes”.

Llegado Diciembre, por la Navidad, se engalanaba el chigre con guirnaldas y farolillos del “Chino de Cimavilla”. Nunca faltaba el día 28, la inocentada de todos los años. Tuvo gran aceptación aquella que consistía en atornillar al suelo y camuflada por el serrín, una moneda de 5 pesetas. Más de uno se agachaba disimuladamente a atarse los zapatos y de paso, sin éxito, llevarse “el duru” al bolsillo, con el regocijo de los presentes.  Estas fiestas eran muy entretenidas e interactivas. Sobremanera la Nochevieja, se cenaba, se repartían las uvas y se comían al ritmo de golpes de mazo de “oricios” contra bandeja a modo de campana, recuérdese que aún no había televisión. Otro de los actos fundamentales consistía en quemar los viejos calendarios en la calle y a continuación colgar los nuevos. Ya a altas horas de la madrugada y cantando “se va el caimán” unos se marchaban para su casa mientras otros llegaban, a comer las sopas de ajo.

Todo esto acontecía en el local primitivo, lo que hoy conocemos como “Sociedad Recreativa El Llar”.

    En el año 1963 “Casa Jamino” se traslada al local contiguo, propiedad del matrimonio y junto con sus hijos ya jovenzuelos, siguen en la brecha.

Acuciada por la competencia, en 1965 llega la televisión a “Casa Jamino”, Philips 32 pulgadas, blanco y negro, solo dos cadenas (“la primera” y la “U.H.F.”). Se pierde mucha de la familiaridad del chigre, ya no hay tantas tertulias, ya no hay pasatiempos, a la tele se le empieza a llamar “la caja tonta”. Se recuerda con gracia cuando Jamino cubre la pantalla con un vinilo, coloreado en azul, en su zona alta y degradándose hacia la zona baja en tono verde. Cuando la imagen era de un paisaje, daba la impresión de estar viendo una tele de color. Lo malo venía cuando aparecía un presentador, su aspecto era la de un extraterrestre.

Se recuerda un cliente muy desconfiado y testarudo él, que cuando los E.E.U.U. televisan la llegada a la luna, discute de forma acalorada “esto ye mentira ¿a quién quieren engañar estos?”.Bueno pues mira por donde, hoy día se pone en duda la llegada de los americanos a la luna. ¿Quizás estaba acertado?         

Llegan los años 70 y con ellos la jubilación del matrimonio fundador. El bar es alquilado sucesivamente al “Pilu y Aurora”, actuales del “Merenderu el Pilu” que lo explotan durante un tiempo y con los que trabaja una joven que se llama Mª Cruz. Cuando “el Pilu” y Aurora montan el merendero, se hace cargo del bar Mª Cruz y su familia.

Más adelante les siguen durante poco tiempo, los hijos y nuera de Jamino y Lenta, hasta que uno de los hijos (Miguel), fontanero de profesión desmonta el bar e instala en el local un taller de fontanería.

Después de un tiempo dedicado a la fontanería, Miguel vuelve a montar el bar manteniendo el nombre por el que se conocía, aunque la mayoría de los clientes, le  llamaban  “El Plomillo” castellanización del plombier (fontanero francés).

Posteriormente vuelve a explotar el chigre el hijo mayor (Ruma y Feli su mujer) durante unos tres años, pasados los  cuales es alquilado el mismo a otro matrimonio que lo lleva de  manera poco profesional hasta el año 1999 en que hundido de clientela y abandonado a su suerte, el bar no marcha y se cierra.

Se reabre de nuevo en el año 2000, esta vez con un equipo totalmente profesionalizado y con experiencia y dedicación. La nueva dirección está formada por el matrimonio Ruma y Feli  con la incorporación de su yerno Chema curtido camarero.

Se dota al establecimiento con nuevas maquinarias en la cocina y en la barra y se decora lo más posible con madera para darle calidez. Son de destacar en su decoración, los cuadros cedidos por el amigo pintor Felipe del Campo.

Con el fin de que tenga un tono aún más asturiano, se le retoca el nombre y así queda como “CHIGRE CASA JAMINO”. Se diseña un logotipo y se prepara una carta con platos y raciones sencillas, pero sobre todo elaboradas en la casa con productos totalmente naturales.

Tienen mucha predilección por parte de los clientes, los callos, las croquetas de cabrales y la ensalada de canónigos con gulas. Pero sobre todos los platos, cabe resaltar la gran acogida que recibe el llamado “Almuerzo de aldea”, que está compuesto por dos huevos fritos con patatas, picadillo de matanza y un “tortu” de maíz frito. También en temporada el bonito a la plancha y los caracoles.

En la actualidad, después de más de ocho años y llegada la jubilación de Ruma, el bar es regentado por Luís y Paula, experimentados profesionales de la hostelería, que mantienen la misma filosofía, en cuanto a precios, calidad y buen hacer.

 

 Y esta es la pequeña historia de un establecimiento de los más veteranos de Somió.