Las madres Agustinas de Somió

Autor: Jorge Lorenzo Benavente

Porfolio Fiestas de El Carmen de Somió 2010

Entre los vecinos “antiguos” de nuestra querida Parroquia, se hallan las Reverendas Madres Agustinas Recoletas, que se trasladaron a Somió, allá por el año 1947, si bien en Gijón llevaban ya desde unos cuantos siglos antes, concretamente desde el año 1668, donde en un 22 de Septiembre del citado año, partieron de Llanes, a hora muy temprana de la mañana, procedentes del Convento de la “Encarnación” de aquella localidad asturiana, con destino a Gijón, viajando en una diligencia y haciéndolo a su frente, la Reverenda Madre María de Santo Tomé, a la que acompañaron otras siete religiosas Agustinas más.

 Me imagino que tuvieron que emplear varios días de viaje, pues la distancia a recorrer, en comparación con el medio empleado y la ausencia de vías de tránsito adecuadas, como las que ahora tenemos, debieron de obligar a tan ilustres viajeras a realizar el trayecto en varias etapas.

De lo que sí hay constancia, es que su llegada Gijón, constituyó un acto popular y multitudinario, siendo recibidas por el Arcipreste y por el Comisario de la Santa Inquisición Don Fernando Valdés y Leiva, así como por todo el clero y regidores de la Villa, acompañadas además en todo momento, por los habitantes de la ciudad, en su trayecto hasta la Iglesia de San Pedro, donde se cantó un TE DEUM.

Me comenta la actual Priora, con un contenido orgullo, que las Madres Agustinas fueron la primera Comunidad Religiosa que se estableció en la villa de Gijón, y no le falta razón, pues remitiéndonos a la historia, se sabe que las constituidas por varones, eran rechazadas y otras Comunidades de mujeres, o no quisieron o no pudieron establecerse aquí.

Por ello, las Madres Agustinas, al realizar el traslado a nuestra ciudad, fueron las pioneras, como Comunidad Religiosa, en establecerse entre nosotros, donde fueron muy favorablemente acogidas y donde, además, levantaron un Convento de nueva planta, en uno de los mejores edificios del Gijón antiguo (barrio de “Cimavilla”) y vinieron porque se las fue a buscar.

Concretamente dos diputados de Gijón, se desplazaron hasta Llanes a pedir a las Agustinas que fundaran en Gijón un Convento y si a ello unimos que la Villa Gijonesa ofreció la suma de 4.000 ducados a las monjas que vinieran a fundar y establecerse en la localidad y que Doña Juana Ramírez Valdés, esposa de D. Francisco Jovellanos, prometió a las religiosas protección y hacerles casa, tendremos todos los ingredientes necesarios para comprender el traslado de las Agustinas de Llanes a Gijón.

De hecho, inicialmente la Reverenda Madre María de Santo Tomé y las siete religiosas que la acompañaron y con las que fundó en esta villa su Convento del “Santísimo Sacramento y  Purísima Concepción de Nuestra Señora”,
quedaron alojadas en la propia casa de la citada Doña Juana Ramírez Valdés, por espacio de unos dos años, aproximadamente, en tanto que el pueblo gijonés, les facilitó el terreno y les levantaron el primer convento, cuya obra tuvo la  dirección técnica de los maestros canteros Ignacio de Palacio y Juan San Miguel, que fueron quienes estuvieron al frente de las obras.

Las Religiosas Agustinas, tomaron por fin posesión de su nuevo Convento en el año 1670 y ocuparon el mismo durante 173 años, toda vez que en el año 1843 fueron expulsadas del edificio, por el Gobierno tras la desamortización de Mendizábal, reacondicionándose posteriormente el Convento, para pasar a ser la Fábrica de Tabacos.

Algunos expertos en el tema, hablan de abundantes desmanes arquitectónicos cometidos en el inmueble, al tratar de quitar de sus muros y paredes, todo vestigio religioso esculpido con maestría en la piedra.

No obstante, aún hoy en día y pese a los siglos transcurridos, se conoce la plaza existente a su frente con el nombre de “El Campu de les Monxes” en recuerdo del emplazamiento de su convento en aquel lugar, lo que hoy es la Plaza del periodista Arturo Arias.

La Fundadora de tal Convento, la Reverenda Madre María de Santo Tomé, falleció y fue enterrada en la Iglesia del Convento de Cimadevilla.

 Conservan aún las Madres Agustinas el Acta referida a tal enterramiento, dándose la circunstancia de que primero mi padre, Bonifacio Lorenzo Somonte y posteriormente quien suscribe, realizaron innumerables gestiones frente al Ayuntamiento Gijonés, para que se localizaran los restos de la Fundadora y, previa su exhumación, fueran trasladados los mismos a lugar “sacro”.

Pese a la claridad del Acta con expresa indicación del lugar del enterramiento, el Ayuntamiento manifestó, no haber podido localizar tales restos.

No obstante, tras el cese de la actividad de la Fábrica de Tabacos, ubicada en el inicial Convento de las Madres Agustinas, lo que aconteció en el año 2002, se iniciaron en octubre de 2007, una serie de excavaciones arqueológicas, hallándose restos humanos, además de una silla de madera datada entre los siglos IV y V después de Cristo, un cuchillo con su mango, cuatro suelas de sandalias, tres calderos de hierro, con partes de madera… etc.

No se puede dejar de hacer mención, que pese a la persecución de tales religiosas por el Gobierno en aquellos instantes, el pueblo gijonés las apoyó de manera incondicional y lejos de abandonar la villa, se establecieron con el apoyo popular en la propia ciudad de Gijón, y concretamente, levantaron un nuevo Convento, que se ubicaba en la actual Plaza de Romualdo
Alvargonzález  (al lado de la Calle Capua), donde hoy se ubica un Centro Comercial denominado “San Agustín”, hasta la Calle Menéndez Valdés, en su entronque con la antigua Calle Teniente Fournier, ocupando una gran extensión de terreno, con su huerto correspondiente.

Aún quedan nomenclaturas en las calles y zonas donde se ubicó ese segundo Convento, tales como el propio nombre del centro Comercial “San Agustín”, la Calle de San Agustín o la calle denominada “Travesía del Convento”, existente en las proximidades y que une las Calle de Menéndez Valdés y Capua y que recuerdan la estancia del Convento de las Agustinas en dicha zona, por espacio de muchos años.

Finalmente, ya en el año 1947, las Madres Agustinas se instalan en nuestra parroquia de Somió, adquiriendo el edificio que es su actual Convento y que venía siendo, hasta entonces, una casa de veraneo del Sr. Obispo que sustituyó a la que anteriormente utilizaba en Contrueces (Gijón), que había sido donada por Alfonso III el Magno a la Iglesia del Salvador de Oviedo y en la que veraneaban los Obispos llegando a ella, desde Oviedo, a través de la denominada “Carretera del Obispo”, de todos conocida.

Igualmente, desamortizada dicha finca, la misma pasó a ser propiedad del ministro D. Servando Ruiz Gómez y en 1947, pasó a los Padres Claretianos del Corazón de María.

Aún hoy, entrando en Gijón desde la Autovía Minera, se puede ver el edificio con grandes letras de “Corazón de María”, legibles a mucha distancia.

Dice la historia que el Obispo Julio Manrique de Lara, no hallaba descanso en determinadas épocas, cuando hallándose en la Casa de Contrueces descansando, escuchaba el  ruido del bullicio, gentes, música y pólvora, proveniente de las romerías que se celebraban en dicho barrio, por lo que se buscó un lugar mas tranquilo que no perturbara su descanso, construyendo en Somió, una nueva casa de veraneo, lo que actualmente es el Convento de las Madres Agustinas, en la Plaza de Villamanín. Aún tiene en el muro de su cierre exterior, donde el portón, el escudo del Obispado.

Al Obispo en cuestión, las gentes de Contrueces, le hicieron una copla, a modo de chascarrillo y en tono jocoso, que decía así:

 El Señor Obispo manda

Que s’acaben los cantares

Primero s’han de acabar

Obispos y capellanes.

Dice Jovellanos que finalmente el Obispo escuchó la letra, pero debidamente cantada y a una determinada distancia de su Casa de descanso y la cancioncilla popular, acabó siendo del agrado de su Ilustrísima, que se pasó una tarde escuchándola desde el balcón.

Quizás debió de entender el Obispo, que era una batalla perdida y de ahí que decidiera buscarse un lugar de veraneo de menor algarabía, hallando la paz y el descanso buscado, en la parroquia de Somió.

Perdóneme el lector, por tan extensas consideraciones históricas, pero entendía necesario este prolegómeno previo para narrar los avatares de las Reverendas Madres Agustinas Recoletas, desde su llegada a Gijón, hasta su establecimiento definitivo en nuestra Parroquia, de donde son vecinas desde hace ya mas de sesenta años.

Unos pocos años después de adquirido el actual Convento y establecidas en él alrededor de una veintena de religiosas, se aperturó en el mismo una especie de escuela o colegio, del que tanto yo, como mis cinco primeros hermanos, fuimos alumnos en nuestros primeros años de vida. 

Ese colegio inició su andadura en el año 1956 y se ubicaba en una sala de grandes dimensiones, ubicada en la esquina izquierda, según se mira de frente, de la fachada principal, accediéndose al mismo, por una pequeña escalera de muy escasos peldaños y a él acudíamos los pequeñajos de la parroquia en número aproximado de mas de una treintena de alumnos.

Yo aprendí a leer y a escribir en él (la “t” con la “o”. TO; la “m” con la “a” … MA; la “t” con la “e” … TE… TOMATE” …) y se pagaba por alumno, la cantidad, prácticamente simbólica, de una peseta al día.

Recuerdo, para los que niegan el cambio climático, que, en alguna ocasión, no podíamos ir al colegio, por nevadas y, muchas veces, ver por las mañanas los charcos cubiertos por un grueso y sólido cristal de hielo y jugábamos a romperlo, saltando sobre él, lo que no siempre conseguíamos.

Era encomiable la dedicación y el esfuerzo de las Madres Agustinas en la enseñanza y su paciencia, porque había niños buenos y “menos buenos” … vamos de esos que hoy denominamos “trastos”.

A las niñas, además, les enseñaban algo de costura.

Diez años después de su apertura, concretamente en 1966, se cerró ese Colegio, pues el Concilio Vaticano II, puso a las Agustinas en la tesitura de escoger… o Clausura o actividad… optando las religiosas por lo primero.

Las Madres Agustinas, son monjas de Clausura y, en la misma forma, el Concilio Vaticano II, atemperó o suavizó la severidad de la clausura, hasta el punto de que antes, yo aún lo recuerdo, si las monjas tenían que abrir la puerta para recoger algún paquete o entrega de algo que no se pudiera introducir en el Convento por medio del torno, se colocaban un velo
negro que les cubría el rostro y que llevaban sobre su toca, echado hacia atrás, cuando no hacían uso del mismo.

 El locutorio, además de una reja, tenía una chapa de hierro pintada de negro y perforada con
unos agujeros, debidamente espaciados, de un diámetro similar al de una moneda de dos euros. Se las escuchaba, pero no se las veía cuando tenían alguna visita. A veces, las monjas, sacaban un dedo por los agujeros a modo de saludo… Antiguamente, incluso la reja tenía una especie de pinchos hacia el exterior, hacia el lado de las visitas. Me imagino que sería para que nadie se acercara o se atreviera a tratar de mirar por los agujeros de la chapa. Me comenta la Priora, que en alguna ocasión alguien al ver los “pinchos” amenazantes, comentó… “y esos pinchos, ¿no estarían mejor puestos por dentro?”.

Tras el Concilio, se retiró la chapa y ahora ya se ve a las Madres Agustinas a través de la reja sin mayor impedimento. También es frecuente, en la actualidad, verlas por la calle y sin velo, cuando han de salir del Convento a realizar alguna gestión o acudir al médico.

Nunca se me olvidará ni a mi mujer, Mayita, tampoco, una vez que me llamaron las Madres Agustinas, por algún problema que existía y que ahora no puedo precisar. Me abrieron las puertas de la zona por la que se accede a los huertos y entré a ver lo que tenía que examinar. Detrás de mi, me seguía Mayita y las monjas le dijeron… “No, tu no puedes pasar. Esto es zona de Clausura”.

Ella sorprendida, les respondió y, entonces ¿como puede pasar Jorge?

La respuesta que obtuvo, aún la tiene grabada mi esposa en su mente: “Porque Jorge es un hombre”.

Eso de la distinción de sexos, nunca lo entendió ni lo aceptó mi mujer como respuesta convincente…

De muy pequeño, iba a Misa con mi padre, a las Agustinas, los domingos a las ocho de la mañana.

Recuerdo un reloj existente en la Capilla, marcando las horas y los cuartos, con las campanadas del Big Ben británico que sonaban con claridad, en el silencio del templo.

Pese al tiempo transcurrido, dicho reloj continúa cumpliendo su función inexorable, de seguir marcando el paso del tiempo.

Tampoco se me olvidará, el día que mi padre, iniciada la Misa me dijo: “anda sube y ayuda al sacerdote en la Misa”. Vamos, que se me instituyó monaguillo sin pedirlo y sin tener un “curriculum” que me avalara en tan imprevista designación, ni experiencia alguna en tal labor… el caso es que los nervios me atenazaban, pues nunca me había movido en tales avatares… y nunca se me olvidará que, en el momento de la consagración, el Padre José se inclinó sobre el cáliz y pronunció en voz baja unas palabras para mi ininteligibles (entonces la Misa era en latín). Yo que estaba arrodillado a su lado, pensando si tenía que tocar o no la campanilla y con la máxima concentración, creí que me estaba pidiendo alguna cosa, me levanté, interrumpiendo sus palabras y le dije ¿Qué quiere? A lo que me respondió “vuelve a tu sitio” …

A veces coincidía con Fernando Muñiz Galarza en esas labores de ayudar a Misa en hora tan temprana.

Al cabo de un tiempo, éramos ya casi monaguillos profesionales y actuábamos con soltura, recibiendo al final de la Misa, el premio de unas galletas de coco.

Cuando iba al Colegio de las madres Agustinas, tenía a penas un par de años y aún circulaban por la zona, los viejos tranvías, que, en verano, tenían un modelo llamado “jardinera” que era abierto y muy fresquito.

El tranvía venía de Gijón, pasando por delante de la Plaza de Toros, Colegio de la Asunción, la Guía y por delante de la casa de Don José Muñiz hasta llegar a Villamanín, donde daba la vuelta a la Plaza y retornaba en dirección inversa, de nuevo hacia Gijón.

Villamanín, era el centro neurálgico de Somió. Era frecuente ver a la lechera detener su “charré” tirada por un caballo, en la esquina del Bar “Casa Jorge”. A mi me encantaba acariciar al caballo.

Poco mas abajo estaba el estanco que era una tienda polivalente, donde se vendía pan, creo que era también estafeta de correos y tenía a la venta otros distintos y variados productos. Entre el Bar y el estanco, se hallaba la Farmacia.

Era Villamanín punto final de trayecto del tranvía como luego lo fue de los autobuses urbanos. No era infrecuente ver a parejas de la Guardia Civil en caballos de enorme alzada (a esos no me atrevía a acariciarlos… no sé si por su tamaño, o por sus jinetes…) con su fusil en funda de cuero, colgando de la silla y, en otras ocasiones pareja de Guardias Civiles a pie, con el fusil al hombro, cubiertos con su brillante tricornio y, en invierno, con sus enormes capotes verdes aceituna, patrullando por las “caleyas” de la parroquia.

En medio de la Plaza de Villamanín, el Kiosco que allí estuvo ubicado, calculo yo, hasta finales de los setenta o principios de los ochenta.

En la actualidad son únicamente cinco las Madres Agustinas que ocupan el Convento, si bien en el año 1955, alcanzó la Comunidad su número de integrantes máximo, quintuplicando el actual y teniendo veinticinco religiosas en Somió.

Hace años, realizaban manualidades las Madres Agustinas, bordados, repostería, labores a particulares etc., pero ahora, prácticamente han cesado en tales actividades, pues las ocupaciones del Convento, unidas a escasez de monjas, dificultan el poder desarrollar dichas labores.

Es igualmente curioso comprobar, cómo cuando vas a visitar a alguna Madre, llamas a través del torno, donde te recibe desde el otro lado una voz que dice “Ave María Purísima”, respondiendo el visitante “Sin pecado concebida” para, seguidamente indicar quien eres y cual es el motivo de tu visita o a quien quieres visitar. Antes existía una campanilla que accionabas tirando de una cuerda y cadena que discurría con unas poleas. Ahora es un timbre eléctrico (los tiempos avanzan).

A través del torno, se te facilita la llave del locutorio y se avisa a la Madre objeto de la visita, con una serie timbrazos en “clave”, variando el número de ellos y su duración, que indican si tienen que acudir todas las monjas, o alguna en especial. Vamos algo parecido al código morse, pero mucho menos extenso.

Inician las Agustinas un día normal a las 6,30 horas de la mañana con el rezo, oficio de la lectura, laudes, oración y Misa, a la que sigue la tercia, que es una oración tras la Misa. Sobre las 9,30 horas, desayunan y posteriormente hacen labores hasta las 12,15 horas aproximadamente en que realizan examen y la Sexta (hora de rezos, que dura algo menos). Sobre las 12,45 horas comen y luego sigue un descanso.

Por la tarde, a eso de las 16:30 horas, rezan (hora Nona) durante unos diez minutos. A las 17,15 horas aproximadamente realizan una lectura espiritual.

Posteriormente, cada religiosa hace sus labores hasta las 19 horas en que rezan el rosario, seguido de una oración. Hacia las 20,20 horas, vísperas y a las 21 horas se realiza la cena a la que sigue el último rezo o “Completas”. Tras un pequeño recreo, a eso de las 22,15 horas, se retiran ya a descansar hasta el día siguiente.

 

Las Reverendas Madres Agustinas Recoletas, son esas vecinas de Somió, a las que se conoce poco pero que están siempre ahí, realizando una labor abnegada, silenciosa y en permanente comunicación con Dios, al que piden por todos nosotros, que sin duda buena falta nos hace y que puedan seguir haciéndolo durante muchos años, porque, no en balde, existe una profecía del Beato Fray Diego José de Cádiz, que dice que cuando las Madres Agustinas abandonen o se marchen de Gijón, una enorme ola procedente del mar, engullirá y destruirá la ciudad, profecía que, dicho sea de paso, fue ratificada por otro Beato de Oviedo, cuyo nombre exacto, desconozco. Sigan, pues, Reverendas Madres, muchos años entre nosotros…