Los dos hogares

Autor: Manolo Nevares Vega. Antiguo alumno.

Porfolio fiestas de El Carmen de Somió 2008

“Adiós UNI mía”, musitó aquel joven desde el Alsa de la línea Gijón – Covadonga, cuando volvió su mirada acuosa, con un nudo en la garganta, en el instante en que el Setra tomaba la última curva del alto del Infanzón, desde la que divisaba la inmensa “casona”.
El Alsa hacía la citada línea con salida de Gijón a las cinco de la tarde y llegada al Santuario a las nueve de la noche, a través del Fitu; con alguna parada en su trayecto pues era una línea regular, pero ¡cinco horas! Sí; estamos hablando del siglo pasado, pero no de hace un siglo….
“Devolaba” ya digo, el autocar, el collado del Infanzón, mientras el sol iba haciendo lo propio hacia la Campa de Torres y encendía Somió y el Valle de Cabueñes, espejeando sobre el mar de pizarra de la noble casa. Las piedras areniscas de sus poderosos muros ya habían adquirido ese color tostado claro de la piedra de Quintes una vez perdida la humedad del invierno pasado Veintitantos de junio de 1975. Quedaba atrás un durísimo curso, llamado PRE-COU, “de adaptación al COU” para los alumnos procedentes de 3º de Oficialia Industrial, mediante el cual y después de cursar COU, se obtenía el Bachiller Superior, dando así plena salida a la Universidad. Aquel curso, por tanto, era selectivo y supuso para muchos una quiebra en su esquema vital. Por eso esta despedida era más especial que las otras tres anteriores en el intervalo del verano. Sencillamente porque a comienzos de octubre en el nuevo curso de COU, el anterior había quedado tan diezmado que a muchos de sus compañeros y amigos no los volvería a ver.
Con el recuerdo puesto en aquellos a los que quizás no volvieras a ver – procedentes de todos los puntos de España – y el hecho de dejar, si bien por unas vacaciones de verano, aquella mole en la que siempre se sintió como en su segundo hogar, cruzó el Setra, el alto del Infanzón. No podría decir a qué altura del viaje las cosas empiezan a cambiar y esa pena se va transformando en alegría, cambiando el ánimo del joven. Atrás queda lo antedicho; por delante, su verdadero hogar, su familia que le espera con ilusión y cariño. Le espera un verano de trabajo y de diversión en la tierra que le vio nacer. Un verano inmenso y joven. Trabajos en el campo, el maíz, las patatas, la hierba, el ganado, y también las fiestas, las romerías; las cerezas que le estaban esperando como alargando su tiempo en espera de su llegada, ya en el huerto “de arriba”, ya en Granda, en la Cuesta o donde fuera, porque no había cerezal que no conociera en kilómetros a la redonda… Íbamos a cerezas en pandilla, incluso en la anochecida.
Besos, abrazos, saludos, parabienes ¡qué maravilla es una llegada! Y el contraste entre ambas casas, otra maravilla. La ciudad y la aldea. El presente y el futuro. Lo básico y lo elevado. Lo trivial y lo complicado. La familia y el mundo….
Hoy toca hablar de la casa grande, espaciosa, inmensa y sin embargo humana, aunque a los ojos del forastero o del que solo la conozca por fuera, pueda parecer un frío “bosque de piedras”.
Aquella casa enorme, aquella “ciudad total” bautizada así o pretendida así por su creador, aquel curso, como tantos otros antes y después, había impartido los cursos 1º, 2º y 3º de Oficialia Industrial; 5º y 6º de Bachiller, PRE-COU, COU, 1º, 2º y 3º de Ingeniería Técnica Industrial; 1º, 2º y 3º de C. Empresariales. Pero no un aula por curso, no: Hasta dos mil alumnos en total, la mayoría internos. Aulas y talleres envidiables, ya en el caso de las aulas cuyas paredes estaban forradas de corcho, ya por los talleres, con unos espacios y unos medios sin parangón posible.
La “ciudad ideal” no era una entelequia, aunque en el sentido estricto – todo hay que decirlo – Gijón tiraba una barbaridad, a los alumnos que, tan pronto como podían bajaban en busca de diversión. ¡Cómo no!
De todo esto, citando de memoria, se disponía en la Laboral:
  • Granja vacuna que abastecía de leche al centro.
  • Cocinas y comedores cuyo funcionamiento estaba encomendado a las Madres Clarisas, que junto con la lavandería que también regentaban, hicieron una labor encomiable. En múltiples ocasiones y no serán nunca suficientes, se les mostró agradecimiento.
  • Decir lo mismo de la enfermería, con médicos y practicantes titulares, a cargo de las Siervas de Jesús, cuyos desvelos por los chavales enfermos eran absolutamente maternales.
  • La Iglesia con su servicio diario y la misa solemne dominical. ¡Qué añoranza de los acordes de su órgano, magistralmente tocado por el maestro Bullón!
  • El departamento de Deportes, enorme y con deportistas de primer orden en todas las disciplinas.
  • El departamento de Aire Libre, al que, si no creó Bernardo Canga, fue el que lo elevó a un nivel de “altas cumbres”.
  • El teatro, con sus proyecciones cinematográficas y con sus, “tijeras”. Pero, ¿dónde no había tijeras en aquellos tiempos?
  • El departamento de Pintura y Escultura, de donde salieron verdaderos artistas.
  • El departamento de música, con dos coros y una rondalla, cuyos concursos nacionales ganaban un año sí y otro también.
  • El periódico “La Torre” del que aquel joven fue redactor, que fue un órgano de difusión de la vida cultural.
  • La maravillosa biblioteca, con miles de libros, donde sumergirse en la lectura, bien en el propio local o a través del servicio de préstamo.
Todo esto, fuera de los cursos oficiales; de la enseñanza reglada.
Y, sin embargo, lo más grande que tenía la casa eran las personas. Algo había que unía. Desde los alumnos, los profesores, los educadores, los jardineros, los de limpieza, mantenimiento y conservación, las señoras de la limpieza que eran de la propia casa, hasta los Jesuitas, que con mano firme la dirigieron con esa impronta que la Compañía de Jesús sabe dar a sus empresas.
El tiempo pasa. Hoy recibió sepultura en la aldea el último vecino que aún funcionaba con el carro y el caballo, aunque en la casa hay tractor. Y hoy la Laboral es otra cosa. Tras años saltando de ministerio en ministerio sin que nadie quisiera esa especie de “patata caliente”, los planes de estudio fueron cambiando, las Universidades Laborales desaparecieron y con ello el edificio fue languideciendo – también el campo – y depauperándose en algunos casos de manera alarmante.
Perdido – parece ser – ese malditismo, por fin llega el “descubrimiento”, el “resurgimiento” que por lo menos salva físicamente el edificio. Fuera prejuicios; este edificio, este complejo ha dado tanto a la sociedad que ya por eso, estaría plenamente amortizado su coste.
Felizmente recuperada físicamente, o en fase de recuperación y terminadas incluso obras inconclusas de cuando la propia construcción, esperamos acierto en el multiuso.
Pero esa es otra historia y no le corresponde a aquel joven escribirla.
La nostalgia será un error, pero la evocación no.