Los voladores de Somió

Autora: María Muñiz Galarza

Porfolio fiestas de El Carmen 2003

Los más ancianos de Somió ya recuerdan las fiestas acompañadas por el fuerte sonido de los voladores. Las procesiones de la parroquia no parecerían lo mismo si no tuviésemos los resplandores en el cielo con esa pequeña explosión, algunos niños tapándose los oídos y perros ladrando que componen el paisaje de nuestras fiestas.

Creemos recordar que, hace aproximadamente 42 años, uno de los propietarios de la panadería de La Guía era el encargado de tirar los voladores. Colocaba el paquete de voladores apoyado en la pared de la iglesia y los iba tirando a mano al lado de la escuelina; la mala suerte hizo que un día, al encender uno de ellos, saltaran unas chispas que prendieron fuego al paquete, produciéndose una fuerte explosión que rompió una vidriera de la iglesia.

Por seguridad y para evitar accidentes mi padre, José Muñiz, ofreció tirar voladores desde mi casa. Mi hermano José Luis fue el encargado de tirarlos desde entonces. Al principio se tiraban durante las procesiones de La Sacramental y El Carmen diez docenas de voladores para cada una; estos últimos años también se tiraban en las procesiones de la Virgen del Rosario y de San Julián.

Mi padre, por precaución, no dejaba que mi hermano los tirase con la mano y a alguien se le ocurrió utilizar una plancha de uralita como lanzadera. Media hora antes de la procesión José preparaba el campo de lanzamiento, coloca la uralita, abre el paquete de voladores, lo pone bien protegido y se sienta a leer el periódico con su cajetilla de tabaco, dispuesto a encender el pitillo que le sirve para prender la mecha de los voladores.

Aunque normalmente Cándido del Campo nos anunciaba el inicio de la procesión con el primer repique de campanas, siempre había algún Muñiz pequeño de piernas ligeras que corría a avisar que había salido la procesión para que José empezase a lanzar los voladores cada veinte segundos; alguna vez ya estaba la procesión dentro de la iglesia y se seguían oyendo los voladores hasta que otro Muñiz corría desde la iglesia para avisar a José que se había acabado la procesión.

En una ocasión una avioneta debió de llevar un buen susto al acercarse demasiado a donde explotaban los voladores, dio un giro, salió zumbando y no se le volvió a ver en toda la mañana.

Otro año una persona entró en casa saltando el muro cuando estaban tirando los voladores y le dijo a José que era de la Comisión de Fiestas y que estaba acostumbrado a tirar voladores, que le dejase tirar uno. Como se puso tan pesado José acabó dejándole uno, en vez de cogerlo por la carga lo cogió por la vara y al salir le quemó los dedos (evidentemente no había tirado un volador nunca). A partir de entonces José nunca más dejó tirar voladores “a mano” a nadie.

Un año un amigo de Cangas del Narcea, que pertenece a una peña de lanzadores de voladores de los festejos del Carmen de Cangas, nos regaló unos palenques muy potentes (la vara era una caña de bambú que medía 2.5 metros y el cartucho tenía unos 6 centímetros de diámetro), no se pudieron tirar desde la uralita por la longitud de la vara, colocándose un tubo de PCV colgado de la terraza de la casa desde donde se pudieron lanzar. Aquel Carmen muchos vecinos preguntaron qué tipo de voladores se habían tirado, ya que la explosión era mucho mayor que otras veces.

Algún año hubo un pequeño susto con una partida de voladores defectuosos que explotaban nada más salir y de ello da cuenta el vecino Guillermo Barredo, que le explotó uno en la pared de su casa.

En el año 1963 mi madre estuvo muy grave debido a una apendicitis y después de veintinueve días ingresada al llegar a casa fue tanta la alegría que José lo festejó con unos voladores. A partir de aquello los acontecimientos importantes en mi casa, como era el nacimiento de los nietos, se celebraban con voladores. José tenía preparadas 11 salvas si era niña y 21 si era niño, así que fue tirando 11 salvas por cada una de sus cinco hijas, teniendo que dejar las 21 para sus sobrinos. La última de las nietas fue Covadonga en noviembre de 2001 y José no faltó a su cita de los 11 voladores.

A pesar de que mis padres ya no están con nosotros para celebrarlo y José, hijo, ya es padre, tío y pronto será abuelo, seguirá encendiendo el pitillo y anunciando a sus nietos y acompañando las procesiones de Somió con los voladores que mis padres seguro que escucharan desde el cielo.

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