Autora: Virginia Álvarez-Buylla Bustillo
Porfolio Fiestas de El Carmen 2013
Yo formo parte de Somió o Somió forma parte de mí desde hace muchos años. Mi bisabuela Eloísa que vivía en Cuba, volvió a España cuando su marido José Cirilo Bustillo Otero, notario de Xagua la Grande murió y se estableció en Gijón el 1890.
Como ocurría con algunas familias de aquella época construyó una finca en Somió, en donde pasaba los veranos y los inviernos los pasaba en Gijón. Llamó a la casa “La Cubana” aunque mucha gente la llamaba “La Negrita” porque había traído a Manuela, una criada negrita cosa un tanto curiosa en aquella época. Era una propiedad muy extensa y en ella construyó un jardín singular, al quien la familia iba añadiendo árboles traídos de todas las partes del mundo. Entre ellos un voluminoso pino de Monterrey y varios cedros de Líbano.
Mi abuelo Gerardo, capitán de corbeta, dio la vuelta al mundo en la corbeta “Nautilus” y se estableció en Somió en la casa familiar cuando se casó con mi abuela Lucía Suarez Guisasola. Aquí pasaron unos años felices, tuvieron once hijos y gozaron tranquilos de la apacible vida de Somió.
Pero aquí la mala suerte se adueñó de sus vidas, “La Cubana” no resultó una casa feliz para la familia Bustillo. En poco menos de seis meses mueren la abuela Lucía y el abuelo Gerardo, ella en octubre de 1918 y él en marzo de 1919, ella de aquella gripe que llamaron la española y él oficialmente del corazón, pero yo creo que de pena. La casa se cierra y los hijos son repartidos a distintos lugares, las dos hijas mayores a León con un tutor, las otras internas al colegio Santo Ángel de Gijón y los dos chicos al colegio de huérfanos de la armada.
La finca permanece cerrada hasta que mi tía Eloísa, casada con Wenceslao Guisasola, la abre para pasar los veranos con toda la familia. Poco a poco va volviendo a su antiguo esplendor, pero por segunda vez la desgracia se cierne sobre la familia. Estalla la guerra y no pueden volver a Lugones donde vivían por el invierno. El tío Lao y su fiel chofer y compañero se tienen que esconder, lo hacen en una pequeña habitación secreta, los días se suceden con miedo, no pasan mucha hambre porque les ayudan algunos vecinos, pero siempre viven con la angustia de que sean descubiertos pues les registran la casas varias veces. La mala suerte sobrevino casi al final de la guerra en Gijón, alguien vio a los dos hombres en el jardín, les denunció y fueron encerrados en la Iglesiona. De allí les sacaron para asesinarlos en la playa de la Franca. Así que por segunda y última vez se cerró la casa, se abandonó y fue vendida poco después dado que a la tía Eloísa que era la única que podía comprarla le traía malos recuerdos. La casa fue derruida poco después, quizás fue lo mejor.
Andando el tiempo mi marido y yo decidimos enfrentarnos a la maldición familiar y construimos una casa en Somió en donde vivimos desde hace casi cuarenta años. Esperemos que siga en la familia por mucho tiempo y que sea el lugar de refugio de todos, familiares y amigos, porque Somió y sus habitantes merecen la pena.